Una trimestre más, la economía española no pierde fuelle. A pesar de las múltiples advertencias sobre los riesgos que la amenazan, el Producto Interior Bruto del tercer trimestre de este año creció un 3,8 por ciento, una cifra superior a la que cualquier experto, por optimista que fuese, se atreviera a predecir tan sólo hace unos meses. Se confirma así que no es sólo inercia lo que la empuja a correr, de momento. Dos elementos han contribuido a la actual coyuntura: el consumo interno y la construcción -aunque la inmigración haya puesto su granito de arena-. Sin embargo, la dependencia de éstos asusta a los analistas, que predicen un aterrizaje más o menos brusco cuando ambos factores de crecimiento se agoten. La construcción todavía puede aguantar un año, dados los niveles de concesiones de obras. Pero el consumo interno empieza a mostrar síntomas de cansancio. Las últimas subidas de los tipos de interés han elevado las hipotecas de muchos españoles y esto puede incidir en el consumo. Así que los fantasmas no se han disipado. Nuestro déficit comercial con el exterior y la inflación nos amenazan más que nunca. Aunque la moderación de los precios del crudo ha contenido la inflación, sus previsiones a medio plazo siguen siendo mayores que la media europea. Y detrás de esto se esconde el coco de la economía española: nuestra escasa competitividad, fruto en parte de la inflación y razón de nuestro déficit exterior. Hay que aprovechar nuestra buena forma para corregir este desequilibrio. La receta para mejorar nuestra productividad es de sobra conocida: I+D, aún más flexibilidad del mercado laboral y reducir las barreras a las empresas. Antes de que nos cojan los fantasmas...