A pareció, a finales del siglo XVIII, un cambio extraordinario que afectó radicalmente a la Historia de la Humanidad, con el inicio de la Revolución Industrial. Precisamente, a partir de entonces, todo cambió como consecuencia de planteamientos nuevos relacionados con el bienestar material humano. Pero no dio la impresión de que en España ese mensaje se recogiera. Pensemos, por ejemplo, en la obra de Miguel Caxa de Leruela, Restauración de la abundancia en España, editada en Madrid en 1732. Contemplemos los datos que señala N.F.R. Crafhs, British economic growth during the Industrial Revolution (Crarendon Press, 1985). La inversión en industria respecto al PIB fue, en Inglaterra, en torno a 4 por ciento en 1700 y en 1760 del 7,9 por ciento, ritmo que continuó incrementándose a continuación. Y nosotros, ese proceso ni lo iniciábamos.Y he aquí que comienza otra realidad industrializadora nueva, precisamente por estos años. ¿Lo vamos a desconocer, como ocurrió en la realidad anterior, donde Caxa de Leruela solo imaginaba producción rural?. Creo que esto se debe destacar porque, de nuevo, estamos obligados -por la política económica abierta adoptada por España-, a tomar medidas que el actual gobierno provisional no parece especialmente interesado en resolver, con un programa adecuado para la inversión industrial, que necesita España. Por eso, es preciso señalar con cierta amplitud, y repito que precisamente en estos momentos españoles, algo que no puede quedar al margen de planteamientos de forzosa acción política complementaria, porque precisamente, si se ignoran, nos volveremos a apartar en el siglo XXI de lo que sucede en el mundo mas adelantado, algo que ya ocurrió a comienzos del siglo XIX. En ese sentido llama la atención observar que el actual presidente interino no plantea esta prioridad y, en cambio, ofrece salidas meramente atractivas desde un punto de vista electoral para mantener realidades anteriores. Basta haber leído, sencillamente, planteamientos recogidos en la prensa española para entender que todo economista, empresario o político que quiera estar al día, tiene que tener en cuenta un cambio radical que actualmente existe en el mundo. Añadamos también que, a diferencia de lo que ofreció Caxa de Leruela, un conjunto de aportaciones de profesores de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad Complutense de Madrid, junto con expertos del Foro de Empresas innovadoras, ha lanzado el que se puede calificar como un manifiesto que recibe el título de Reindustrialización de España, industria 4.0 y ecosistemas de innovación o lo que puede considerarse como complemento, que es la monografía El impacto de la financiación pública de la I+D+i en las estrategias tecnológicas y los resultados económicos de las empresas españolas, obra de José Molero, Antonio García Sánchez y Sara López Castro.Todo lo aludido con estas citas se relaciona con el fenómeno de una industrialización radicalmente nueva en el proceso de la civilización humana, esa que, como se ha señalado, surgió con mucha fuerza a partir del siglo XVIII, justamente cuando, tras la muerte de Carlos III, se inició el proceso simultáneo de la decadencia política y económica de España, que nos separó, entonces, de seguir el camino adecuado para resolver la novedad de la industrialización. Todo el siglo XIX contempló lo errores y desorientaciones que, respecto a ese proceso nuevo de la humanidad, existieron en España. Lo mostraba el enlace de tres elementos de retraso extraordinario: uno, en el terreno científico; otro, al ignorar por dónde debían marchar las líneas esenciales de la teoría económica que debería orientar la acción política española; finalmente, el abandono de una búsqueda adecuada de por cómo era adecuado que España contemplara los enlaces necesarios para competir con fuerza en el mercado exterior. Ese triple sendero estuvo abandonado desde el comienzo de la industrialización, y culminó en 1943 con la publicación de libro de Antonio Robert, Un problema nacional, la industrialización necesaria, que motivó inmediatamente una crítica durísima y acertada del catedrático de Economía Miguel Paredes, miembro de la Sección de Economía del Instituto de Estudios Políticos a más de ser catedrático en la recién iniciada Facultad de Ciencias Políticas y Económicas.Otro colega suyo, Alberto Ullastres, señaló e impulsó que la industrialización sólo podía resultar favorable con la apertura al exterior. De ahí lo acertado que fue el nuevo camino emprendido por España, con el Plan de Estabilización de 1959, ampliado rápidamente con el Acuerdo Preferencial con el Mercado Común en 1970, con nuestro ingreso en la Europa Comunitaria en 1985 y con nuestra incorporación a la Union Monetaria Europea, a partir de 1999.Ese impulso fue extraordinariamente favorable; pero ahora es preciso tener en cuenta algo adicional, muy importante para todo el proceso industrializador que seriamente se había iniciado en España, al observar que éste va por otros caminos, como se destaca ya en los dos documentos señalados más arriba. En uno de ellos se subraya "que en España existe un potencial científico y tecnológico capaz de soportar el rumbo de la industria 4.0, si las políticas públicas y privadas lo asumen". Y como lógicamente se señala, ese camino, que no está exento de dificultades, como ocurrió en el anterior, ¿Por qué no logramos como objetivo fundamental en estos momentos que sea el de la reindustrialización uno de los objetivos políticos más importantes para España, unido al de la liquidación de la secesión de Cataluña?Y de todo esto, ¿qué enseñanzas se desprenden? En primer lugar, la conveniencia de tener en cuenta unas palabras de Ortega y Gasset, aparecidas en 1930 en La Rebelión de las Masas: La primera condición para una mejoría de una situación concreta grave es hacerse bien cargo de su enorme dificultad. Solo eso nos llevará a atacar el mal en los estratos hondos donde verdaderamente se originan".Irrita más esa conjunción de errores de política económica que contemplamos ahora y de abandono de la política económica adecuada a largo plazo, si tenemos en cuenta que, al final del siglo XX, parecía que nos iba a situar la política económica española en una posición envidiable. El aumento de las inversiones en el exterior contemplaban datos impresionantes. Como señaló Gonzalo Anes en el epílogo Fin de un milenio, fin de un siglo al libro 1900-2000. Historia de un esfuerzo colectivo. Cómo España superó el pesimismo y la pobreza, el siglo se iba a despedir con un crecimiento del Producto Interior Bruto que se acercaba al 4 por ciento en los tres últimos años. Los procesos de concentración empresarial han coincidido con el aumento de las inversiones en el exterior del total de las inversiones extranjeras directas en Iberoamérica; las españolas ascienden a más del 50 por ciento. La expansión empresarial de España en el exterior tenderá a aumentar en el futuro, a medida que se desarrollen las nuevas formas de venta que exige la llamada globalización, con la posibilidad que ofrecen las telecomunicaciones en sus modalidades de comercio electrónico. Una vez superadas las barreras que lo limitan -lo mismo que las que existían en cuanto a la electricidad, la aviación y los hidrocarburos-, España, gracias a los cambios esperados en los últimos años del siglo XX se integrará en la Europa Unida del siglo XXI con posibilidades recientes de bienestar general y de prosperidad. Parece como si el cambio de siglo y del milenio marcaba una nueva época, en la que lo hispano pasara a recuperar el protagonismo y la hegemonía que le corresponde en Europa y en el mundo, por tradición cultural y civilizadora. En suma, por su historia.Todo eso que preveía Anes, precisamente por la acumulación de errores señalados a partir de la etapa iniciada por el Gobierno de Rodríguez Zapatero, y que parece continuaba por el Gobierno de Sánchez, ofrece especial importancia referida a lo que Ortega habló sobre la extrema dificultad con la que nos encontramos, como consecuencia de la combinación de una sociedad opulenta y masificada y una pésima política económica del 2004 al 2011, renacida en 2019. Y se complica aún más, al surgir, en estos momentos, el citado problema político en Cataluña, que por supuesto amplía la crisis de esta región, mas, por la magnitud que tiene en el conjunto español su distrito industrial, el hundimiento económico catalán crea una crisis general en el resto del país. Liquidar el separatismo es fundamental para la historia de España, unido, evidentemente, a un proceso reindustrializador nuevo, para que así nuestra economía pueda marchar con aquel ritmo que nos indicaba Gonzalo Anes.