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El Totonero y las tarjetas opacas de Caja Madrid



    Las haciendas públicas no es verdad que seamos todos, pero al menos son las que acercan a las rejas a los delincuentes. Al Capone hacía sus negocios sin registros y sólo la evasión de impuestos sacó a la luz sus delitos. De la misma forma, la ocultación a las arcas del erario de las tarjetas opacas de Caja Madrid ha servido para que los Eliot Ness de la actual Bankia, personalizados en el equipo dirigido por José Ignacio Goirigolzarri, denuncien las fechorías de, entre otros, Rodrigo Rato, Miguel Blesa o Ildefonso Sánchez Barcoj.

    Estos dos últimos piezas, además de pagar impunemente gastos anuales durante una década que servirían para que dos familias cubriesen todas sus necesidades, se escribían correos en los que diferenciaban entre consejeros líderes y pueblo llano para perpetrar un mayor o menor hurto. La utilización de tarjetas opacas, al margen de las oro de que ya disponían, no da pie a ningún tipo de despiste como algún consejero de Caja Madrid ha esgrimido. El caso es cristalino: tenía que ser declarada por quien la daba y por quien la recibía.

    La absoluta falta de ética de estos consejeros por haber utilizado tarjetas opacas como mínimo se lleva ya un castigo moral. Seguramente insignificante tras haber propiciado por su torpeza una quiebra que obligó a España a recibir asistencia financiera por importe de cien mil millones de euros. Lo que en la práctica fue un rescate en la sombra por parte de la UE. Aunque en mi caso lo que me duele más es haber debatido la desastrosa gestión de los gestores de Caja Madrid con admirados próceres, como Juan Iranzo, decano del Colegio de Economistas madrileño, que mientras con una mano defendía lo que ocurría, como miembro de la comisión de control de la caja, con la otra se fundía las tarjetas.

    El negocio de las tarjetas opacas es el Totonero de los ochenta en el fútbol italiano, en el que se pactaban resultados para apuestas en negro. El Milan y la Lazio fueron descendidos administrativamente a la Serie B, y se inhabilitó a varios jugadores y dirigentes. El propio Paolo Rossi estuvo inhabilitado dos años, y sólo fue perdonado cuando la Selección italiana ganó el Mundial de 1982. Eso sí, los jugadores sufrieron el escarnio de ser asaltados por los carabinieri en el terreno de fútbol, lo que ya nunca sucederá en la antigua Caja Madrid.