Bolsa, mercados y cotizaciones

La bolsa es un estado de ánimo, factor trascendental y... cambiante



    "El fútbol es un estado de ánimo". Aunque ingeniosa, esta frase no es ni mucho menos exclusiva del mundo balompédico. Es perfectamente aplicable a distintos ámbitos. A casi todos, de hecho. Y la bolsa no supone ninguna excepción. Al fin y al cabo, para poder funcionar los mercados bursátiles deben ser alimentados con dinero, un combustible que introducen los inversores con sus decisiones de compraventa.

    Esta realidad perpetúa la presencia en los parqués de un elemento que no se puede dominar. Que no se puede cuantificar numéricamente. Que está pero no se ve: el comportamiento humano. Y esta variable, en un mundo gobernado por las cifras, los ratios y los gráficos, es decir, por elementos objetivos, introduce el halo de incertidumbre que convierte a la bolsa en algo impredecible. En renta variable. "Hay algo que no podemos modelar apropiadamente, y es el carácter innato de la naturaleza humana", ha llegado a afirmar el ex presidente de la Reserva Federal (Fed), Alan Greenspan.

    En los últimos meses, el ánimo de los inversores ha protagonizado un vuelco espectacular. Hace un año, cabalgaban alegres a los lomos de la tendencia alcista que había comenzado en marzo de 2003. Hasta que la crisis se cruzó en su camino en pleno verano. En ese momento, la otrora abundante confianza se evaporó, dando paso al recital de altibajos que desde entonces se viene imponiendo en las plazas financieras. El cambio de escenario ha resultado tan brusco que la gestora de fondos estadounidense Fidelity ha elaborado un diagrama en el que establece la evolución habitual que suele protagonizar el estado de ánimo de los inversores

    Del cielo... al infierno

    El proceso comienza y termina en la misma estación: el optimismo. Desde él, emprende un camino que consta de tres pasos: excitación, emoción y, finalmente, euforia. Cuando eso ocurre, cuando se alcanza el último estado, la misma gestora reconoce que se ha llegado al "punto de máximo riesgo financiero". O lo que es lo mismo: los precios han tocado su techo y los descensos esperan a la vuelta de la esquina. En ese punto, la cautela hace tiempo que quedó atrás. Como escribió Charles P. Kindleberger en su obra Manías, pánicos y cracs, "la racionalidad (que se supone al mercado) es, por tanto, una hipótesis a priori más que una descripción del mundo real".

    Ese tránsito desde el optimismo hasta la euforia fue el que los inversores atravesaron entre la primavera de 2003 y la primera mitad de 2007. Es decir, hasta que estalló la crisis. A partir de julio, el proceso se invirtió. Y comenzaron las dudas. O como establecen en Fidelity, la progresiva marcha por la ansiedad, la negación de la evidencia y el miedo. Éste se palpó ya en agosto y a partir de entonces no dejó de crecer. "El miedo es un motor, de hecho es el que está mandando ahora, y es más potente que la euforia", aseguró el 6 de septiembre Greenspan.

    Los hechos confirmaron su impresión, porque a partir de octubre los inversores incrementaron su pesimismo: el miedo dio paso a la desesperación y ésta, al pánico. Fueron los sentimientos que mandaron entre finales de 2007 y los dos primeros meses de 2008. Los que provocaron que, por ejemplo, el Ibex 35, el índice de referencia de los mercados españoles, se desplomara un 23% entre comienzos de noviembre y finales de enero.

    ¡Salto sorprendente!

    Pero en ese momento pasó lo impensable. Habitualmente, al pánico le sigue la capitulación y después viene el desaliento, que equivale, según la gestora estadounidense, al punto de mayor desánimo. Vamos, más bajo no se puede caer. Y precisamente por eso constituye "el punto de máxima oportunidad financiera".

    Muchos, por tanto, esperaban con el dinero entre los dientes a que el desaliento emergiera. Pero no lo hizo. "Los inversores han pasado a la esperanza sin pasar casi por la capitulación y saltándose el desaliento", reconoce Joff Hochman, director de estrategia de renta variable de Fidelity.

    Dicha mejoría se apoyó en el plan rescate del banco Bear Stearns por parte de la Fed, así como en otras medidas activadas por la institución para reforzar la liquidez del sistema financiero norteamericano. Además, la temporada de presentación de resultados empresariales fue menos mala de lo previsto. Todo ello ayudó a que los inversores recuperaran la esperanza, retornaran a los parqués y permitieran con sus compras que los principales índices mundiales hayan recuperado entre un 10 y un 20% desde los mínimos de enero.

    Entonces, ¿se ha evitado lo peor? Por ahora, sí, pero es pronto para cantar victoria. "El panorama no ha cambiado tanto. Lo que pasa es que a comienzos de año las previsiones eran demasiado catastróficas en los parqués", asegura José Carlos Díez, economista jefe de Intermoney. "El riesgo de volver hacia el desaliento no ha desaparecido", comenta Joff Hochman. Si eso pasa, el pánico está de vuelta, con todo lo que ello supone. "Si no se produce un pánico, la depresión financiera puede ceder gradualmente. Cuando la depresión financiera va efectivamente seguida de un crac o un pánico, no hay ningún intervalo estándar. Puede ser cuestión de semanas o años", sentencia Kindleberger.