Bolsa, mercados y cotizaciones

Lo que el euro unió, ¿lo acabará separando la fortaleza de la divisa?



    "El euro es una historia de éxito". Si no lo ha hecho ya, Jean-Claude Trichet debería patentar esta frase. Sería una lástima que otro se apropiara de dicha afirmación después de que el presidente del Banco Central Europeo (BCE) se haya hartado de decirla en los últimos años. Aunque, mirándolo de otra forma, tal vez no hay tantos candidatos que pretendan rivalizar con el banquero galo por esa cuestión.

    Sin duda, Trichet tiene una fe inquebrantable en la divisa europea. Y también resulta cierto que, desde sus tiempos como gobernador del Banco de Francia, nunca ha ocultado su preferencia por contar con una moneda fuerte. Pero a nadie se le escapa que la euroconfianza de Trichet no es compartida por muchos.

    Y menos en un momento como el actual, en el que la divisa se mantiene por encima de los 1,4 dólares. De hecho, ayer por la tarde recuperó la cota de 1,41 después de que en la sesión matinal hubiera caído hasta los 1,4015 dólares.


    Acuerdo de mínimos

    La intensa actividad político-económica vivida en las últimas jornadas en Europa, marcada por la reunión del Ecofín en Luxemburgo y la comparecencia que protagonizó ayer Trichet ante el Parlamento Europeo en Bruselas, han constatado que el euro no logra desprenderse de la polémica que le acompaña incluso desde antes de su nacimiento oficial.

    No en vano los criterios establecidos en Maastricht, cuyo cumplimiento daba acceso a la Europa del euro, ya levantaron ampollas. Esa misma sombra le siguió cuando, ya en 1999, llegó a los mercados y se adentró en una espiral bajista que se prolongó hasta finales de 2001. Posteriormente, ha sido la espectacular remontada registrada desde 2002 la que ha generado críticas. Por tanto, sus días de tranquilidad han sido escasos.

    Y así sigue pasando en la actualidad. Sin ir más lejos, Luxemburgo ha sido testigo estos días de la disparidad que envuelve al euro. El primer ministro luxemburgués y presidente de los encuentros de los ministros de Economía de la zona euro, Jean-Claude Juncker, ha tenido que hacer encajes de bolillos para sacar adelante una declaración de principios.

    A duras penas emitieron el lunes por la noche un comunicado en el que afirman que los tipos de cambio "deben reflejar los fundamentos económicos" y que el "exceso de volatilidad" no es bueno para el crecimiento económico. Es decir, el mismo mensaje que repite Trichet siempre que se le pregunta sobre el empuje del euro y que, a su vez, constituye la posición oficial de los siete países más desarrollados del mundo -el G-7-.

    Disensiones en el fondo

    De hecho, el presidente del BCE insistió ayer en estas mismas ideas en Bruselas. En su caso, está esperando a la cita que el G-7 tiene en Washington entre los días 19 y 21 de octubre para que sea este foro el que emita un mensaje más contundente sobre la debilidad del dólar y de las divisas asiáticas, con el yuan chino y el yen japonés a la cabeza.

    Pero Juncker no ha podido tapar las distintas visiones que existen en el seno de la región con respecto a la moneda única. Así, mientras Francia lleva meses solicitando al BCE que haga algo para calmar el ímpetu alcista de la divisa europea, el ministros de Finanzas alemán, Peer Steinbrueck, despachó ayer unas declaraciones de lo más expresivas. "Las actuales fluctuaciones de los tipos de cambio no son nada especiales, nada sensacionales comparadas con los comportamientos de los 20 últimos años", afirmó.

    Más allá de ser unas opiniones puntuales, estas disensiones ponen de relieve las fracturas que aún perviven en Europa. El euro es la divisa común de 13 países, pero el pálpito de cada uno de ellos no tiene por qué ser el mismo. Y algunos, como Alemania, se sienten lo suficientemente preparados como para competir en la primera división mundial con un euro tan fuerte como el actual, mientras que otros añoran los tiempos en los que podían manejar los tipos de interés y los tipos de cambio.

    En este sentido, no hay que olvidar que el euro ha constituido una cesión de soberanía fundamental. Los intereses y el valor de las divisas ya no dependen de los países, sino del conjunto de la región. Este traspaso de poderes aún está demasiado fresco en el tiempo, de ahí que el euro sea visto como un enemigo más que como un amigo.

    Esta sensación crece en la medida en que la divisa sube, y siempre amenaza con fracturar la unión monetaria surgida, precisamente, con el nacimiento del euro. Paradojas del destino.