Bolsa, mercados y cotizaciones

Una regulación excesiva acecha a la banca británica

  • La creciente deuda pública del país será determinante en las elecciones generales de 2010


Este año que se va será difícil de olvidar en la City. La crisis arrasó el modelo económico diseñado por el Laborismo en 1997 y el sector financiero quebró de raíz, tras años bombeando dinero con la atracción de empresas y capital a Londres. La intervención estatal evitó el colapso, pero la acción ha generado unas arcas públicas devastadas y una tendencia a dos velocidades en el orgulloso motor económico británico. Como lo expresó el consejero delegado de HSBC, Michael Geoghegan, la tormenta ha dejado dos tipos de bancos: los ganadores y los perdedores.

En la última década, el Gobierno presumía de certificar la defunción del cíclico boom and bust, el crecimiento incontrolado y sin planificación que, inexorablemente, ve un abrupto final.

Bajo el liderazgo de Tony Blair, y con Gordon Brown como responsable de finanzas, se selló un pacto tácito por el que la creación de dinero se convirtió en un incentivo a celebrar. Era el inicio del Nuevo Laborismo, el mismo que hizo a la City despegar a partir de un modelo de baja presión fiscal y facilidades a la iniciativa empresarial.

Estado, al rescate

El sector público veía con satisfacción el imán en el que se erigía su distrito financiero. Aunque Gordon Brown, el actual primer ministro, recuerda ahora sus reivindicaciones de por entonces sobre la necesidad de regular los mercados. Mientras vivió en el número 11 de Downing Street dejó hacer, animado por el sonido de las cajas registradoras y el champán de los almuerzos diarios en Canary Wharf.

Sin embargo, cuando estalló la crisis, la esfera privada buscó amparo en el Estado y hubo una inyección de casi un billón de euros para evitar la hecatombe. Un año después, el enfermo ha salido del coma, pero sigue en estado grave y, peor, con la incertidumbre sobre qué medicina precisa para su recuperación.

Este 2009 comenzó con la concreción de las operaciones en Lloyds y RBS y, 12 meses después, la participación pública en la entidad escocesa se ha disparado al 84% y Lloyds ha promovido la mayor ampliación de capital de la historia para evitar que el Estado aumentase el actual 43%.

Con 13.500 millones de libras, superó el hito establecido en primavera por HSBC. A éste la estrategia le había dado frutos: junto a Barclays, en el primer semestre obtuvo notables beneficios, sostenidos por sus ramas de inversión. Son la cara de la crisis, pero también la prueba de que las prácticas más arriesgadas siguen siendo catalizador del crecimiento.

Por todo, el Gobierno ha querido mostrar los dientes, al menos frente a los contribuyentes que vieron salir 45.000 euros por familia para salvar a la banca propuesta por Downing Street. Ante los 7.000 millones de euros previstos este año en bonus, decidió arriesgar y, de paso, abrir un debate internacional. Washington no se enamoró de la idea, pero la supertasa a la banca recogió elogios en París, que se apresuró a adoptarla, y, a pesar de no seguirla, en Berlín.

Regulación en la City

Pero las advertencias de la City sobre un inminente éxodo por una medida considerada populista y, en general, por la supuesta hostilidad hacia el sector, aún resuenan. De hecho, un reciente informe indica un desplazamiento hacia el este de los polos financieros en la próxima década. La segunda posición de la City, tras Wall Street, será ocupada por Shanghai. He ahí, precisamente, la cuadratura para Gordon Brown.

Tras su liderazgo en el G-20 que en abril congregó a los líderes mundiales en Londres con el objetivo de unirse ante la peor crisis desde la Gran Depresión, se convirtió en voz de la conciencia regulatoria. Sin embargo, sabe que un exceso puede minar la competitividad de un sector que supone el 8% del Producto Interno Burto (PIB) y una jugosa cesta tributaria. El déficit este año llegará hasta los 178.000 millones de libras, la deuda neta supera el 60% y no está claro cuándo se iniciará la retirada real de los estímulos.

En consecuencia, el principio es claro: cualquier acción debe ser coordinada. De ahí sus experimentos, tras ver cómo las grandes economías seguían su modelo de rescate, basado en la recapitalización de los bancos. Encargó un informe para mejorar la gobernanza del sector, que abogó por la severidad en las retribuciones y la apuesta por un modelo tendente a emplear los beneficios en acumular reservas. El manual se completó con similares directrices por parte del regulador, otro de los grandes protagonistas del año, criticado por los dos bandos: el sector, por su exceso de celo y, el resto, por no haber actuado a tiempo ante la crisis.

A pesar de las alertas, el premier aún se atrevió a ir más allá y retomó el debate del canon sobre las transacciones financieras como escudo contra futuras crisis. La tasa Tobin, adaptada a un siglo XXI postcrisis. No en vano, su principal baza para las elecciones de primavera, que los sondeos le dan por perdidas, es su capacidad de gestión económica, frente a un Partido Conservador que todavía genera dudas. Y todo, a pesar de que Reino Unido es el único miembro del G-7 que continúa en recesión, al menos hasta este último trimestre, que confía en la vuelta del signo positivo.