El petróleo encajó ayer la mayor caída del año. En el caso del barril Brent, de referencia en Europa, bajó un 3,9 por ciento, hasta los 58,6 dólares. Al otro lado del Atlántico, el barril WTI se dejó un 3,8 por ciento, hasta los 58,4 dólares. Después de que el miércoles pasado llegara a sobrepasar los 62 por barril debido a la inesperada caída de los inventarios en Estados Unidos, los fuertes descensos de ayer respondieron precisamente a los favorables pronósticos sobre la oferta de crudo existente. En concreto, el mercado descontó que la demanda de petróleo en la próxima temporada invernal puede ser menor en EEUU porque las condiciones climatológicas pueden ser benignas, algo que reduciría el consumo y aumentaría el potencial de la capacidad de existente. Tras el recorte de ayer, el Brent se sitúa de nuevo 20 dólares por debajo del récord que marcó a comienzos de agosto. Pero, además de este hecho, esas caídas arrojaron otra consecuencia importante: el distinto comportamiento del oro. En los últimos tiempos, la evolución del crudo y del metal precioso ha sido similar. Como señalaban los técnicos, "estaban altamente correlacionados". Ayer, sin embargo, el oro siguió su propio camino y rebasó los 600 dólares por onza. En concreto, marcó un máximo diario en los 611 dólares, su precio más alto en mes y medio. El distinto movimiento de ambas materias primas supone un aviso del que conviene estar pendiente, sobre todo porque si tiene continuidad puede poner de manifiesto que los inversores institucionales vuelven a confiar en el oro..., sin necesidad de que sientan lo mismo por el petróleo.