El pasado 8 de agosto, el día elegido por la Reserva Federal (Fed) para interrumpir la secuencia de subidas de los tipos de interés en Estados Unidos, el dólar se intercambiaba a 1,283 unidades por euro. Ese momento había sido señalado por los expertos como el instante clave que podía marcar un antes y un después para el valor de la moneda norteamericana. Y todo porque sin el apoyo del repunte de los tipos, que había sido el principal soporte de la divisa en el último año y medio, se temía una brusca caída de su tipo de cambio frente a las principales divisas mundiales. La primera reacción a la decisión del banco central norteamericano encajó con ese guión. El 9 de agosto, el dólar cayó un 0,3 por ciento, hasta las 1,287 unidades. Parecía que sólo era cuestión de tiempo que el euro rebasara la cota de los 1,3 dólares, algo que no hacía desde abril de 2005. Lo que nadie podía predecir entonces era que el petróleo, que había comenzado agosto desafiando la cota de los 80 dólares por barril, iba a adentrarse en una espiral bajista tan profunda como la vivida en los dos últimos meses. ¿Qué tiene que ver esto con el dólar? Mucho. Si los expertos aludían a que la moneda estadounidense podía caer cuando la Fed detuviera la subida de los tipos, se debía al abultado déficit comercial que acumula la primera economía mundial. Sin el escudo del repunte del precio del dinero, el mercado podría recordar la magnitud de ese desequilibrio y la necesidad de corregirlo mediante un debilitamiento del dólar. Pero justo en ese momento llegó el descenso del crudo, y esto supone un claro alivio para la moneda norteamericana. ¿Por qué? Porque buena parte del desajuste comercial estadounidense tenía su origen en la fortaleza del petróleo. Es decir, la corrección del dólar fue tomada como un elemento positivo para reajustar la situación exterior norteamericana y, por lo tanto, como un factor que resta presión al dólar. Como, además, la cotización del petróleo ha bajado prácticamente un 25 por ciento en dos meses, se ha erigido como un nuevo argumento que explica la consistencia de la moneda norteamericana, que ayer se cambiaba a 1,27 dólares, pero que en las dos últimas semanas se ha movido más cerca de los 1,25. Si a esto se añade que otro factor que también pesaba sobre el dólar, como el déficit público, se ha relajado igualmente en los últimos meses, se entiende mejor por qué la moneda estadounidense, lejos de bajar, ha aguantado tan bien el tipo desde agosto.