En principio, que los tipos de interés en la mayoría de economías desarrolladas estén cercanos al 0 por ciento no es necesariamente ni bueno ni malo. Al fin y al cabo, es uno de los principales instrumentos que tienen los Bancos Centrales para aplicar su política monetaria. Pero que dicha política lleve ya varios años en vigor (por ejemplo el BCE ha mantenido su tipo de interés de referencia por debajo del 1 por ciento desde julio de 2012) es algo extraordinario desde el punto de vista histórico. Si a eso le añadimos la ingente cantidad de dinero que los mismos Bancos Centrales han inyectado en el sistema durante el mismo periodo para comprar toda clase de activos financieros (principalmente deuda pública), el resultado es un experimento monetario sin precedentes y con consecuencias imprevisibles a medio y largo plazo. Los defensores de dichas políticas argumentan que tras los devastadores efectos de la crisis financiera de 2007-2008 eran necesarias medidas extraordinarias para restablecer el orden. Y que a medida que las economías recuperen la ‘normalidad’, las inyecciones de liquidez se esterilizarán (es decir se drenará la liquidez excedente del sistema) y los tipos de interés volverán gradualmente a los niveles pre-crisis, tal y como tímidamente ha demostrado la Reserva Federal de EEUU. Lo cierto es que aunque la economía americana ha crecido de media un 2 por ciento durante los últimos años y ha conseguido rebajar la tasa de desempleo hasta el 5 por ciento (similar al nivel anterior a la crisis), la Fed apenas ha aumentado en 0,25 puntos su tipo de interés desde diciembre de 2008 por miedo a que una subida prematura ponga en peligro la recuperación. Evidentemente en otras regiones con menor bonanza económica, como Japón o Europa, los Bancos Centrales ni siquiera se plantean un movimiento al alza de tipos de interés en el corto plazo, mientras siguen ‘creando’ dinero nuevo para inyectarlo en el sistema e intentar generar más crédito y más crecimiento económico. Todo indica que el experimento monetario va para largo. Como he apuntado anteriormente, no sabemos cómo acabará todo esto. Pero sí se conocen ya algunos efectos colaterales de dichas políticas, sobre todo en los mercados financieros. La compra masiva de bonos por parte de los Bancos Centrales ha provocado un fuerte movimiento a la baja en las tasas de rentabilidad de la renta fija hasta niveles negativos en algunos casos, algo difícil de comprender desde la racionalidad financiera. Que hoy en día aproximadamente el 40 por ciento de la deuda pública en Europa (incluida la española) cotice en tipos negativos o que compañías como Sanofi y Henkel puedan financiarse por debajo del 0 por ciento resulta cuanto menos sorprendente. Pero algunos inversores (como los fondos de renta fija o los planes de pensiones) no tienen más remedio que aceptar la pérdida que conlleva mantener esos bonos hasta vencimiento debido a su obligación de invertir en activos de elevada calidad crediticia. Aquellos que no tienen dichas restricciones han podido invertir en otros activos (acciones, materias primas, inmobiliario, etc.) en busca de la rentabilidad que la renta fija no ofrece. Dichos movimientos han provocado fuertes subidas en estos activos hasta niveles difíciles de justificar. Por ejemplo, en Estados Unidos los precios residenciales en las principales ciudades están cerca de los niveles de la burbuja de 2006 y las bolsas están en máximos históricos, a pesar de que la Fed no se atreve a subir los tipos por miedo a una recaída. Hay quien dirá que esta vez es distinto (seguro que alguien también utilizaba el mismo argumento en 2008) pero ahí están los datos. La realidad es que, tras varios años de incentivos monetarios, la mayoría de economías desarrolladas siguen con un déficit de crecimiento económico sostenible y con una inflación por debajo del objetivo marcado por los propios Bancos Centrales. Mantener la misma medicina no debería generar grandes cambios, pero sí que puede seguir alimentando las burbujas que se han ido gestando en los últimos años, de las cuales precisamente estamos todavía intentando eliminar sus consecuencias. Esperemos que esta vez sí sea diferente.