El comportamiento del dólar en las últimas sesiones ha sido ciertamente llamativo. Ayer volvió a subir, algo que viene haciendo de forma regular desde que comenzó el mes. En concreto, se apreció un 0,6 por ciento con respecto al euro, hasta los 1,264 dólares, con un máximo diario en los 1,263, su nivel más alto desde el pasado 26 de julio. Si este movimiento es sorprendente no se debe a que la divisa norteamericana no tenga derecho a subir. Lo increíble es el momento, porque en principio no hay demasiados argumentos que apoyen su escalada. Sin ir más lejos, en la semana que acabó ayer, Estados Unidos presentó su mayor déficit comercial mensual de toda su historia, algo que debería penalizar al dólar. Pero ni por esas. Al mismo tiempo, los representantes del Banco Central Europeo (BCE) han repetido hasta la saciedad que van a seguir elevando los tipos de interés en la zona euro. Pero nada de nada. El dólar ha seguido a lo suyo. Tampoco es que se haya disparado en la semana, porque en el conjunto de las cinco últimas jornadas apenas se ha revalorizado un 0,27 por ciento, pero es que lo más lógico es que hubiera bajado.Esta evolución sorprende más porque se ha producido antes de la reunión que los siete países más desarrollados del mundo -el G-7- van a mantener este fin de semana. Si todo transcurre como se espera, al dólar le podría esperar una dura sesión cuando vuelva a cotizar el lunes. ¿Por qué? Porque el G-7 podría exigir de nuevo a China y Japón que suban el valor de sus respectivas divisas. En las últimas ocasiones, el dólar ha caído tras esos llamamientos, y no hay razones para que ahora sea diferente.