Hace diez años, el barril de petróleo Brent (el de referencia en Europa) se pagaba ligeramente por encima de los 10 dólares. Cinco años después alcanzaría los 25, lo que por entonces ya nos parecía extraordinariamente caro. Hoy, el mismo barril cotiza por encima de los 130 dólares y va camino de los 200. ¿Alguien da más? El precio del petróleo (dólares/barril) resulta de la puja por parte de los compradores sobre contratos futuros. Es decir, que el precio de hoy (spot) no es el del barril de hoy sino el del que se entregará dentro de un mes. Por esta razón, los precios spot reflejan las expectativas de los agentes sobre la evolución futura de la oferta y de la demanda, no sobre el estado actual de ambas. Los problemas que genera un coste del barril de crudo tan elevado son, de una parte, inflación global vía costes (especialmente en sectores tan intensivos en energía como el agrícola) y, de otra, elevación del precio de otros recursos energéticos (como el carbón) vía efecto sustitución. En este sentido, bosquejar el futuro pasa necesariamente por analizar las tendencias que, más estructurales que coyunturales, están empezando a descontar los mercados. Para empezar, la propia dinámica del mercado seguirá impulsando los precios al alza. Como hemos visto en los últimos días, una producción total estancada en la que la proporción de crudo no convencional es cada vez mayor, nos indica que la del crudo convencional es cada vez menor. Por el contrario, la demanda del primero cae, mientras que la del segundo crece. ¿Resultado? Mayores precios para el light sweet y menores del heavy sour. Es lógico pensar -sin embargo- que en el futuro veamos una sustitución de parte de la demanda convencional por la no convencional. Aún así, dado que los costes de producción del segundo son mucho más elevados (los oil sands canadienses, por ejemplo, tienen un coste sin pérdidas de 50 dólares/barril), el precio medio seguiría siendo superior. Es decir, que aunque el precio del barril de crudo bajase de los niveles que está alcanzando, nunca volvería a los que ostentó durante los noventa. Los mayores precios del petróleo han venido para quedarse. La demanda -por su parte- tampoco va a ceder. Las últimas previsiones de crecimiento del FMI así nos lo indican. Si bien el impacto de la desaceleración occidental existirá, el resultado neto seguirá siendo positivo. Pero ,¿cuánto más puede aumentar la demanda de los países emergentes? Para que nos hagamos una idea, mientras que en China o la India se consumen anualmente 5 y 2 barriles/persona respectivamente, en los EEUU se consumen 69 y en la UE 30. Es más, ¡la media mundial está en 12,5! A la luz de estos datos, cualquier análisis ulterior está de más. Asimismo, la producción futura dependerá de las inversiones que se acometan. No debemos olvidar que, en un sector definido por la planificación a muy largo plazo y por unos costes hundidos (sunk costs) muy elevados, la estabilidad y la seguridad jurídica juegan un papel primordial. Así, parece que factores tales como el creciente nacionalismo energético (que desincentiva a las grandes petroleras privadas) o la primacía de las (pequeñas y poco dotadas técnicamente) empresas estatales, hacen que las inversiones no estén respondiendo a los altos precios. Si no hay inversión hoy, no habrá mayor capacidad productiva mañana. En resumen, en el corto plazo es razonable pensar que una demanda cierta y un déficit de inversiones del pasado (que constriñen la capacidad productiva actual), seguirán empujando al alza el precio spot. Los 200 dólares/barril es un escenario más que probable. Por su parte, en el largo plazo, el incremento igualmente cierto de la demanda y el hecho de que el petróleo sea un recurso no renovable, hacen pensar que mayores inversiones en el presente sólo mitiguen el alza de los precios en el futuro. De ahí que los mercados de futuros estén ya apostando por precios holgadamente superiores a los 100 dólares por barriles a entregar en cinco u ocho años. En el corto plazo, la mejor medida para mitigar las subidas del coste del crudo en el futuro es su precio actual. Las expectativas de subidas de precios deberían incentivar la inversión presente, tanto en exploración y desarrollo como en energías alternativas. Asimismo, bajar los impuestos de los combustibles reduciría notablemente el precio de estos (aunque no necesariamente el del crudo). ¿Acaso no es la inflación actual un impuesto suficientemente alto para el consumidor? En el largo plazo, las únicas alternativas reales son la energía nuclear y la hidroeléctrica. Acelerar la investigación en renovables y aumentar la eficiencia energética no son opciones, sino imperativos. Un problema como éste requiere soluciones globales y no nacionales o regionales. Es inaceptable que todos paguemos la ineficiencia energética de EEUU y la inoperancia mercantilista de los productores.