Internacional
La reforma del G-20
Marcos Suárez Sipmann
A pocas semanas de las elecciones generales en Alemania en septiembre, el G-20 es un regalo para la canciller Angela Merkel. O, quizá, todo lo contrario a un obsequio. En su calidad de anfitriona, puede hacer política global y desviar la atención de complicaciones internas.
Es realista y espera negociaciones difíciles en Hamburgo. Defenderá una clara postura europea. Sabe, al mismo tiempo, que las expectativas son grandes y que todos estarán pendientes de ella. No solo como principal representante de los países de la Unión Europea. También como "la última defensora del mundo libre", como la llamó el New York Times.
Es de temer que la cumbre no llegue a grandes acuerdos. Demasiado grandes son las diferencias que separan las posturas en cuanto a la política comercial y la protección del clima. Las decisiones unilaterales de los EEUU de Donald Trump acabaron con el consenso. Tanto con los países industrializados y como los emergentes que conforman el grupo. Al menos la cooperación con los negociadores estadounidenses parece ser constructiva. Sin embargo, las actuales tensiones ya se evidenciaron en las reuniones ministeriales previas y, sobre todo, en la reciente cumbre del G-7.
Sin restar importancia a la asistencia - vital para la UE - de Donald Trump, Vladimir Putin y el turco Recep Tayyip Erdogan, el gran protagonista junto a Merkel es China que ansía ganar influencia internacional. El G-20, que ya organizó el pasado año, es un evento fundamental para cumplir sus ambiciones geopolíticas. En este foro, el gigante asiático abogará por un comercio mundial libre, vital para la segunda mayor economía del mundo, que vive de las exportaciones.
Si bien Trump es el factor más visible de la tirantez, no es el único. El Brexit, el frustrado referéndum italiano, las elecciones en Francia y las anticipadas en Reino Unido revelan un rechazo masivo al establishment político. Las causas son más profundas y exigen un cambio de rumbo.
Aumenta la concentración de ingresos y riqueza en el 10 por ciento más rico, y especialmente en el 1 por ciento superior. Es verdad que mientras la desigualdad se ha agravado en las economías avanzadas, algunas economías emergentes, como China, India, Argentina, Turquía, Rusia, Sudáfrica, Brasil e Indonesia, han experimentado aumentos salariales y la expansión de sus clases medias. Pese a todo, esos países todavía mantienen distribuciones muy desiguales tanto de ingresos como de riqueza, y en casi todos los países del G-20 la proporción de la renta nacional destinada a los trabajadores ha disminuido. La economía global sigue trabajando para el beneficio de unos pocos y no el bienestar de la mayoría.
Comercio y clima son temas centrales de la cumbre que siempre ha aprobado sus declaraciones finales de forma unánime. Como es natural, se habla asimismo sobre las pruebas de misiles de Corea del Norte, la situación en Oriente Medio y el conflicto en el este de Ucrania.
Alemania, como país anfitrión, ha reconocido la necesidad de una respuesta multilateral a los cuestionamientos actuales y ha propuesto abordar "los temores y los desafíos asociados con la globalización". No obstante, las expectativas de éxito se han reducido. Las respuestas cosméticas y retóricas del pasado no serán suficientes.
Se tratará de salvar la cumbre y evitar disputas; mas no a cualquier precio. Merkel ha dejado claro que no intentará ocultar las discrepancias. Tampoco lo hará el ministro de Exteriores alemán, Sigmar Gabriel, que no quiere que se simule armonía con el fin de obtener una declaración mediocre.
Diversos políticos, como el mismo Gabriel, piensan que habría que involucrar a las Naciones Unidas en estas reuniones anuales. Al fin y al cabo los líderes del G-20 solo representan al 64 por ciento de la población mundial. Otra pregunta que surge es si no deberían ser vinculantes sus resoluciones y en lugar de una mera declaración de intenciones. Una cosa factible si de verdad se lograra la implicación de la ONU.
Con razón los más pobres se sienten excluidos. Alemania trató de paliar este déficit, invitando a los ministros a Bonn donde hay una sede de la ONU. Y al invitar con anterioridad a los líderes africanos, que representan a muchos de los países más necesitados.
Habrá hasta 100.000 manifestantes. Las protestas violentas, como algunas de las que ya estamos presenciando, son rechazables. Por su parte, los que se manifiestan de forma lícita y pacífica condenan que se junte un gobierno mundial ilegítimo. Pero se equivocan al menospreciar el diálogo con los que carecen de credenciales democráticas. Los problemas del mundo, por lo general, se producen en los lugares en que no hay democracia. Y es en estas reuniones donde se puede hablar de aspectos esenciales como la libertad y el respeto a los derechos humanos.