Gente

La versión de Cayetano Rivera sobre su detención o ¿qué puede salir mal en un McDonald's a las tres de la mañana?


Sara Tejada

Tal vez la próxima vez que Cayetano Rivera se vea hambriento en la madrugada decida que es mejor un kebab. Quizá el problema no sea la policía, ni el torero, ni siquiera el McDonald's. Quizá el verdadero culpable sea ese maldito cajero automático que no imprime papel. En un país que lleva décadas sin saber quién da la vez, querer cenar a las tres de la mañana ya es un acto de heroísmo. Y salir esposado por ello, una tragedia castiza con regusto a kétchup y vergüenza ajena.

Madrid ha sido escenario esta semana de un episodio digno de ópera bufa protagonizado por uno de nuestros matadores más mediáticos: Cayetano Rivera Ordóñez, figura del toreo y ocasionalmente de la noche tardía, ha sido detenido tras una trifulca en un McDonald's a las tres de la madrugada. Y sí, eso ya suena como el inicio de una tragedia contemporánea, donde en vez de toro hay Big Mac, y en lugar de capote, esposas policiales. Todo comenzó como empiezan las grandes gestas urbanas: con hambre y sin ticket. Cayetano, al parecer, intentó recoger su hamburguesa pero la máquina expendedora —esa esfinge tecnológica que ha reemplazado a los camareros con paciencia— no le entregó el ticket. Y en un mundo sin ticket, uno no existe. Se es un alma en pena, un espectro sin derecho a ketchup ni a alitas barbacoa. A partir de ahí, los hechos se precipitan como un guion de Tarantino dirigido por Berlanga.

El torero, solo ante el mostrador, muestra el dinero como quien ofrece un rescate por su dignidad: "Miren, aquí está, quiero pagar". Pero la máquina no entiende de nobles apellidos ni de linajes taurinos. Ni los empleados tampoco. Se genera un "rifirrafe", término técnico que, como bien sabe cualquier tertuliano de la crónica de sucesos, puede ir desde un mal gesto hasta una pelea con derribo. Los trabajadores, viendo que aquello se iba calentando más que la freidora, llamaron a la Policía Nacional. Y aquí entra en escena la pareja de agentes de paisano (un hombre y una mujer), que como en todo buen sainete, apareció sin uniforme, sin fanfarria y —según el abogado del torero— sin mediar mucha palabra antes de que Cayetano acabara en el suelo preguntando: "Pero por favor, ¿quiénes son ustedes?".

Es entonces cuando la tragicomedia alcanza su clímax. Cayetano esposado, sin cinturón en el coche policial (porque estaba "estropeado"), protestando por sus derechos ciudadanos quizás entre patatas fritas frías y la sospecha de que su móvil ha desaparecido en el vehículo policial, en una especie de truco de ilusionismo sin aplausos.

Su abogado, Joaquín Moeckel, reputado defensor y contertulio televisivo, lo explica con una mezcla de gravedad jurídica y tono de telenovela turca: "Esto ha sido desproporcionado. Cayetano fue esposado, golpeado, esposado de nuevo, y encerrado con las esposas puestas. En un calabozo, solo. ¿Qué iba a hacer? En el parte médico constan daños en el rostro, un ojo morado, muñecas lastimadas y un TAC craneal que, por suerte, no reveló daños cerebrales.

Moeckel se ha despachado contra la actuación policial, lanzando indirectas como si fueran banderillas negras: "La policía actuó fuera de la ética. Se nos va de las manos. En España hay más peligro en un McDonald's de madrugada que en una corrida de Miura." Una frase que podría figurar perfectamente en la puerta del Congreso, justo debajo del letrero de "Todo por la patria". Mientras tanto, Cayetano, según relata su abogado, está "triste, decepcionado y acojonado". No es para menos. No toreó en Burgos por las lesiones. Los moratones no son buen maquillaje para la faena. Y en el calabozo, esposado y sin cordones, sintió esa mezcla de humillación y extrañeza que sienten los personajes de Kafka cuando despiertan convertidos en algo que no entienden. En su caso, en un sospechoso.

Aquí se está dirimiendo un asunto más profundo

Aquí no se trata solo de un forcejeo en una cadena de comida rápida. No. Aquí se está dirimiendo un asunto más profundo: ¿qué pasa cuando el ex de Eva González cae en manos del sistema que no reconoce su abolengo? ¿Cuándo el torero se convierte en civil corriente y moliente? ¿Cuándo un apellido como Rivera Ordóñez, que ha dado tardes de gloria en Las Ventas, no sirve ni para que le den su hamburguesa? Ahora, como en cualquier zarzuela judicial que se precie, vendrán las denuncias cruzadas. La policía acusará resistencia y desobediencia. Moeckel denunciará exceso de fuerza, brutalidad, coche sin cinturón, móvil perdido y alguna que otra anomalía que solo un abogado con verbo florido puede identificar como delito. Y entre tanto trámite, la pregunta esencial sigue en el aire: ¿cómo hemos llegado a esto? ¿Qué podía salir mal en un McDonald's a las tres de la mañana?