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Martínez, la madre del Papa León XIV, por el que corre sangre cordobesa: la parte española de Robert Francis Prevost


Informalia

Este jueves 8 de mayo, a las 18:08 horas, una densa y esperada fumata blanca se alzó sobre la Capilla Sixtina, anunciando al mundo que la Iglesia católica tenía nuevo pontífice. Minutos más tarde, desde el balcón central de la Basílica de San Pedro, el cardenal protodiácono Dominique Mamberti pronunció el nombre que resonaría en todos los rincones del planeta: Robert Francis Prevost, de 69 años, quien a partir de ahora será conocido como Su Santidad León XIV. Se dejó el apellido materno: Martínez.

Le viene de su sangre cordobesa, silenciosa y perseverante, que late ahora en el corazón mismo de la Iglesia. Detrás de este nombre nuevo para el papado se oculta una historia profundamente humana, tejida en la intimidad de una familia marcada por la fe, el servicio y la multiculturalidad. Y entre los rostros que comienzan a emerger con fuerza del perfil aún contenido del nuevo Papa, destaca el de su madre: Mildred Agnes Martínez, una mujer discreta y brillante cuya herencia española, más concretamente andaluza, conecta al actual sucesor de Pedro con la tierra de Córdoba.

Mildred nació en Chicago, en el seno de una familia de inmigrantes estadounidenses de raíces hispanas, específicamente andaluzas. Su apellido, Martínez, no es una simple huella de registro civil, sino el símbolo de una herencia cultural que ella misma preservó y transmitió con naturalidad, sin grandes alardes, pero con firmeza. Hija de una pareja originaria de Luisiana —donde muchos hispanos, entre ellos descendientes de colonos españoles, se establecieron en siglos pasados—, creció en un entorno de sólida fe católica, acompañada por cinco hermanas con las que compartió una niñez de valores tradicionales y una fuerte vocación de servicio comunitario.

Su vida fue una síntesis entre la dedicación al conocimiento y la entrega al prójimo. Licenciada en Biblioteconomía por la Universidad DePaul en 1947, y posteriormente maestra en Educación, Mildred trabajó en varias instituciones educativas católicas, como la Catedral del Santo Nombre y el colegio Mendel Catholic High School, gestionado por los agustinos. Es allí donde comenzó a profundizar el vínculo familiar con esta orden religiosa, que años más tarde marcaría el destino vocacional de su hijo Robert.

Casada con Louis Marius Prevost, de ascendencia francesa e italiana, formaron un hogar católico tradicional, donde la disciplina, la cultura y la espiritualidad eran pilares fundamentales. Tuvieron tres hijos, entre ellos Robert Francis, el futuro Papa. Pero fue Mildred, con su ejemplo silencioso y constante, quien encendió en él la llama del compromiso religioso.

La parroquia de St. Mary of the Assumption en Dolton, Illinois, fue el núcleo de su vida comunitaria. Allí cantaba en el coro, participaba activamente en la Sociedad del Altar y Rosario, y presidía con frecuencia las labores de cuidado y ornato litúrgico. Su dedicación era minuciosa: desde lavar y planchar los manteles del altar hasta liderar la oración del rosario con otras mujeres de la comunidad. Ese entorno fue el primer seminario emocional y espiritual de Robert Francis. Quienes conocieron a Mildred coinciden en describirla como una mujer de temple sereno, pero con convicciones firmes. No era de hablar mucho, pero su palabra era precisa y su actuar, ejemplar. Su hijo heredó esa disposición al servicio sin aspavientos, su capacidad de escuchar y su inclinación a la obediencia como virtud, no como imposición.

Robert Francis Prevost fue ordenado sacerdote en 1982, a los 27 años, dentro de la Orden de San Agustín. Como misionero en Perú durante más de dos décadas, asumió roles de párroco, educador, obispo y líder espiritual. Fue en ese país andino donde se naturalizó y donde desarrolló gran parte de su vocación pastoral, siempre guiado por el espíritu de humildad y entrega que vio en casa. Uno de sus recuerdos más perdurables, que él mismo compartió en diversas entrevistas, tiene que ver con una conversación que sostuvo siendo joven seminarista. Un sacerdote anciano le advirtió que, al principio, el celibato le parecería el mayor desafío. "Pero con el tiempo —le dijo—, verás que lo más difícil será vivir la obediencia". Robert lo entendió como una enseñanza vital. Y quizás fue la influencia de su madre, esa mujer que nunca exigió ser escuchada pero siempre fue seguida, la que lo preparó para obedecer con libertad y servir sin condiciones.

Hoy, como León XIV, el nuevo Papa lleva consigo una historia que trasciende fronteras: la de un niño nacido en Chicago, formado entre libros y canciones litúrgicas, templado por el ejemplo de una madre de alma hispana que supo convertir la vida cotidiana en una catequesis viva. A través de Mildred Martínez, Córdoba y toda España se cuelan en la historia de este nuevo capítulo del Vaticano.