El juez del caso de Elisa Mouliaá contra Errejón comienza la vista contra Luis Medina, el hijo comisionista de Naty Abascal
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Informalia
En la primavera de 2020, cuando el mundo se detuvo y España cerró las puertas por el miedo al virus, Luis Medina encontró un camino. No era un camino noble, ni uno que recordara los valores de su linaje. Era un camino corto y torcido, lleno de mascarillas y comisiones que olían a dinero fácil. En 24 días, su socio Alberto Luceño y el aristócrata, lograron embolsarse seis millones de euros. Este martes, años después, ese camino lo lleva al banquillo de los acusados.
La sala estará en silencio cuando el juez Adolfo Carretero tome su asiento. Carretero no es un juez que busca espectáculo aunque parece que el espectáculo mediático se lo encuentra a veces: es un hombre que sigue los hechos y las pruebas. Ya se le ha visto antes en casos como el de Íñigo Errejón, pero este martes sus ojos estarán fijos en los documentos que delineaban el presunto fraude: precios inflados, material de baja calidad y promesas vacías.
En marzo de 2020, con España desesperada, Medina había tocado la puerta correcta. Era un hombre con conexiones. No necesitaba mucho más que un nombre y un número. Lo consiguió. Un primo del alcalde Almeida le abrió la puerta al Ayuntamiento de Madrid, y Medina prometió ayuda desinteresada. Las mascarillas llegarían rápido. El alivio sería inmediato. Pero no había altruismo en el fondo, solo cálculos.
Acusan a Medina y Luceño de inflar los precios de todo lo que vendieron. Una mascarilla que podía costar 60 céntimos terminó valiendo mucho más: los madrileños pagaban el yate, el Ferrari y los otros caprichos.
Los guantes de nitrilo, esos que decían proteger al personal sanitario, se vendieron con un margen de ganancia del 81%. Los tests, con un 71%. Todo era un juego de números y mentiras. "Pa la saca", escribió Luceño en un correo cuando cerraron el trato.
Medina, hijo del duque de Feria y de Naty Abascal, siempre había sido un hombre de portada. Fotos en yates, cenas en Marbella, fiestas interminables. Después de su "pelotazo", compró un yate nuevo, al que llamó Feria, como su título nobiliario. Luceño, por su parte, era más práctico. Compró coches, relojes y una casa. No perdieron tiempo en gastar lo que no les pertenecía.
Elena Collado, la funcionaria que trabajó directamente con ellos, está entre los testigos clave. Ella era la responsable de coordinar las compras de material sanitario para el Ayuntamiento. Según los documentos, al principio creyó en las promesas. Medina y Luceño se presentaron como salvadores en medio de una crisis sin precedentes. Pero pronto las irregularidades salieron a la luz. Collado encontró guantes iguales a los que ellos habían vendido, pero a un precio mucho más bajo en un supermercado. Fue entonces cuando envió un mensaje claro a Luceño: "Nos han estafado seguro. Esto es lo peor que me ha pasado en la vida".
El juez Carretero ha dejado claro en sus escritos que no cree en las excusas de los acusados. "En el peor momento de la pandemia y con miles de muertos en España, Medina y Luceño urdieron un plan para obtener el mayor beneficio económico posible a costa del erario municipal", señaló. Ningún argumento ha logrado debilitar esta acusación hasta ahora.
Luceño intentará, a lo largo del juicio, pintar un retrato diferente. Según su defensa, no hubo engaño alguno. Era un empresario con experiencia en importaciones y contactos internacionales. Sus abogados usarán audios de WhatsApp donde él y Medina hablaban de negocios en otros mercados, como soja y azúcar. Pero el juez y la Fiscalía Anticorrupción han dejado claro que la experiencia no exime de culpa. Según la Fiscalía, Medina actuó como el rostro público, el hombre que abría puertas, mientras Luceño ejecutaba el fraude desde las sombras.
A pesar de todo, Medina sigue proclamando su inocencia. Durante los primeros días del escándalo, cambió su foto de perfil en WhatsApp por la imagen de Daniel Day-Lewis en En el nombre del padre, donde el actor interpreta a un hombre injustamente acusado de terrorismo. "No hay estafa ninguna, solamente existe en la imaginación de la Fiscalía", dijo Medina en aquellos días. Pero los correos, las transferencias bancarias y los testimonios de los testigos dibujan un cuadro distinto.
Este caso no solo es un juicio contra dos hombres, sino contra una forma de operar que floreció en los momentos más oscuros. La pandemia sacó lo mejor y lo peor de las personas. Mientras algunos trabajaban sin descanso para salvar vidas, otros buscaban maneras de enriquecerse. Medina y Luceño están aquí porque, según la acusación, representaron lo peor.
El juicio durará previsiblemente siete días pero al aristócrata pueden caerle 9 años de cárcel. Habrá documentos, correos y testigos. Habrá abogados que intentarán convencer al tribunal de que todo fue un error, un malentendido. Pero también habrá momentos en los que el silencio pesará más que cualquier argumento. Porque al final, este juicio no se trata solo de mascarillas y dinero, sino de lo que significa traicionar la confianza en medio de una tragedia.