Iñaki Urdangarin desvela su trabajo como coaching y habla de Ainhoa Armentia: "Hago tareas en casa junto a mi novia"
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Sara Tejada
Iñaki Urdangarin ocupa este domingo la portada de La Vanguardia, donde concede una entrevista en la que podemos interpretar que lo del ex marido de la infanta Cristina, el delincuente infiel, que pasó de yernísimo guapo y medalla olímpica a preso carcelario y mediático, ni el olvido ni siquiera el perdón. Tal vez se trate, simplemente, de entender que incluso las caídas más estrepitosas pueden dar lugar a una forma de vida distinta. Más humilde. Más callada. Y quién sabe si, al fin, más verdadera. Porque después de haber sido todos los Iñakis posibles, queda éste: el padre de cuatro hijos, novio formal de una mujer de la que está enamorado, un tipo que pedalea en silencio cada mañana, sabiendo que no se llega a ninguna parte, pero agradeciendo el aire limpio de no ser nadie.
Por un momento fue un héroe del balonmano. Luego fue un yerno real. Más tarde, un símbolo del oprobio. Y ahora, tras su paso por la prisión, Iñaki Urdangarin se presenta como un hombre que camina descalzo por dentro, buscando redención entre la gente común, abrazando la sencillez como último lujo.
Barcelona, junio de 2025. En la terraza de un hotel discreto, con vistas que no se venden al turismo, un hombre habla despacio. No hay rastro de escoltas ni de esa altivez con que se paseaba, años atrás, por las moquetas del poder. Iñaki Urdangarin —aquel joven de hombros rectos, el dios rubio del balonmano que se coló en la familia real con la ligereza de un gol olímpico— ya no tiene nada que demostrar. Sólo le queda explicarse y a sus 57 años no se prodiga en entrevistas.
El pasado 9 de abril de 2024 quedó libre, definitivamente. Cinco años y diez meses después de que el caso Nóos le quitara el apellido como bandera y se lo devolviera como lastre. En ese tiempo, su figura fue desmenuzada en tertulias, memes, portadas infames. Hoy, catorce meses después, Urdangarin se sienta por primera vez con un medio para hablar. Escoge La Vanguardia, como quien vuelve a casa sin esperar aplausos. Lo hace con voz calmada, casi susurrante, pero sin titubeos. "Me he reinventado desde la sencillez", dice, con la cadencia de quien ya ha tenido suficientes focos y ahora se acomoda en la penumbra del anonimato. Asegura que ha sido "muchos Iñakis" —y no le falta razón— pero también que todos esos "Iñakis", incluso el más infame, le han enseñado algo. "La suma de todos ellos es lo que me ha hecho ser quien soy ahora. Todas las fases tienen cosas que enseñarte". El arrepentimiento no se proclama, se insinúa. Y en Urdangarin, todo es insinuación.
De palacio a rutina: "Hago tareas en casa junto a mi novia y cuando tengo a mis hijos, los disfruto"
Hoy vive en Vitoria. Se separó oficialmente de la infanta Cristina y convive con su nuevo amor. Con la infanta, asegura, mantiene una excelente relación. La ciudad vasca, que fue para él infancia y ahora es refugio, le acoge con la parsimonia de quien ya le conoce desde niño. Allí encontró trabajo, discreción y ese aroma de lugar donde no hay que pedir perdón a cada paso. "Me lo tomé como un punto de arranque", confiesa. "La vida es muy rutinaria. Madrugo, hago deporte, trabajo, tengo mis aficiones. Hago tareas en casa junto a mi novia. Y cuando tengo a mis hijos, los disfruto". Esa es, dice, su cotidianidad. No quiere más. "Después de tantas etapas, lo que más me apetece es reencontrarme con los amigos del colegio". A veces, dice, siente que el tiempo se le ha escurrido entre los dedos. "Ahora quiero aprovecharlo muy bien".
Bevolutive: la empresa del hombre que se quebró
El motor de esta nueva etapa tiene nombre de anglicismo bienintencionado: Bevolutive. Una marca de coaching con ADN deportivo. El objetivo no es grandeza sino utilidad. "No va a poder ser lo que anteriormente ha sido", afirma. "Pero tenía la oportunidad de reinventarme en algo con valor para mí, y que integrara todo lo que me ha sucedido". Durante su estancia en prisión, que no menciona sin rodeos pero tampoco esquiva, estudió un máster en psicología del coaching y bienestar emocional. Allí, entre los muros fríos y los horarios de cárcel, se construyó a sí mismo desde el escombro. "Estudiaba hasta las tres de la tarde. Luego hacía deporte. Leía. Escribía cartas. Eso también me fue muy bien. La catarsis de escribir, de leer novelas que te llevan a otro sitio…". El método era simple: orden. Y el orden, como el deporte, le salvó. "Estaba muy centrado en tener una rutina. El estudio, el deporte, la meditación. Los periódicos que me traían las visitas los empollaba". Urdangarin no menciona arrepentimientos explícitos, pero cada una de sus frases parece responder a la pregunta que no se formula en voz alta: ¿se ha perdonado?
Un libro que le acompañó como una brújula dentro del naufragio: El hombre en busca de sentido, de Viktor E. Frankl
Hubo un libro que le acompañó como una brújula dentro del naufragio: El hombre en busca de sentido, de Viktor E. Frankl. "Lo leí, lo releí, lo resumí, lo estudié y lo utilizo en las sesiones de coaching". Habla del psiquiatra austríaco que sobrevivió a los campos de concentración. Y uno intuye que él también se sintió, salvando distancias, un prisionero que no debía rendirse a la desesperanza. "La capacidad del ser humano para sobrevivir es mucho mayor de lo que creemos", dice ahora, como si hablara consigo mismo en el patio de la cárcel de Brieva o en aquel aislamiento que nunca fue del todo físico. Con el cuerpo también hizo lo que pudo. "Durante mil días usé la bicicleta estática. Era lo único que tenía. Y sigo haciendo elíptica cada mañana. Tengo un gran recuerdo de cómo esas máquinas me ayudaron". No es una metáfora, pero lo parece: seguir pedaleando en el mismo sitio, sin avanzar, para no caer. "La gente conoció al personaje, no a la persona", afirma con un punto de amargura. "Para esto necesito oportunidades. Si me miran con los ojos del personaje, no hay nada que hacer. Pero si me miran como alguien que se ha vuelto a levantar y quiere ofrecer algo… ¿por qué no darle una oportunidad?".
Es el viejo dilema de la redención pública: ¿puede alguien como él empezar de cero? ¿Debe? ¿Queremos que lo haga?
En Bevolutive, trabaja con deportistas, directivos, personas en tránsito. Acompaña procesos. Lidera equipos. Dice que se siente útil. "No quiero un proyecto superlativo. Quiero tener una pequeña cartera de clientes y poder implicarme personalmente en cada uno de ellos". Ese es su plan: hacerse un hueco donde nadie le exija ser más que un hombre que ha aprendido. Nada más.
Si hay una parte de sí mismo que todavía brilla en su relato, es la del deportista. Ese Iñaki que ganó seis Champions, diez ligas y dos medallas olímpicas. Ese que en el Palau Blaugrana dejó su número 7 como una reliquia. "Lo valoro, claro que sí. Porque ha habido presiones, y no es fácil, con la marea negativa, aguantar el pulso. Esa camiseta está ahí por unos logros deportivos". El Barça, afirma, se portó con él de maravilla. Le dejaron hacer prácticas como entrenador nacional de balonmano. Aún se para en Sant Joan Despí a saludar a los viejos amigos: Xavi O'Callaghan, Antonio Carlos Ortega, Enric Masip, Tomas Svensson… "Son una segunda familia". Hoy ya no juegan partidos de veteranos. "Como dicen en Catalunya: ens faríem mal, és millor anar a sopar", ríe con nostalgia.
El padre
Hablar de balonmano le lleva irremediablemente a su hijo Pablo, jugador del Fraikin Granollers. "Soy muy pesado con él", admite entre carcajadas. Pero también orgulloso. Le dio tres consejos: humildad, actitud de guerrero y saber gestionar la victoria y la derrota. "Después de una victoria, se empieza de cero. Y de las derrotas también se aprende". Cuando Pablo dudaba entre balonmano u otros deportes, no lo dudó. "Le dije que eligiera deportes de equipo. Como persona te formas mucho mejor. Y que eligiera donde pudiera explotar sus talentos". Le sugieren que si Pablo se despista, le mande con Valero Rivera, su mítico entrenador. Urdangarin ríe y asiente. "Era muy duro. La exigencia era máxima. Pero también había una cultura de rendimiento, humildad, coraje y equipo. Estas cosas no me han sobrado nunca". Aquel entrenador curtía gladiadores del parqué. Y ahora, su discípulo más ilustre, intenta enseñar a otros cómo levantarse del suelo sin ruido, sin furia, con la dignidad fatigada del que ha aprendido que todo se puede perder… menos la voluntad de seguir.