La 'Experiencia Perrier Joüet', una exquisita oferta para dejarse tentarLlegar al hotel Atrio, inaugurado en 2010, es descubrir un entorno único en el que la mejor y más vanguardista arquitectura se esconde tras una casa solariega con muros del siglo XVII. Enclavado en la Ciudad Antigua de Cáceres, traspasar sus puertas es contemplar obras de Warhol o Saura, piezas de diseño en mobiliario (Jacobsen, Nanna Ditzel…), descubrir la pureza de materiales como el roble lacado o el granito negro. Y respirar paz. Dentro de este espectacular entorno, el sancta sanctorum del hotel: el restaurante y la espectacular bodega, considerada una de las mejores del mundo. Unidas indisolublemente, tanto como José Polo y Toño Pérez, la pareja de propietarios que crearon un sueño a su medida. Como directora, sobresale la labor de Carmina Márquez. Un derroche de buen gusto y sensibilidad complementado por la cocina del chef Pérez (dos estrellas Michelin), que desde sus comienzos en el antiguo Atrio puso los productos cacereños en el mapa de la alta gastronomía. El elegante y minimalista comedor -con la cocina a la vista-, es el perfecto escenario donde disfrutar de originales platos con impronta extremeña. Cerdo ibérico, torta del casar o pimentón de la Vera se entretejen en un menú con corazón de terruño y alma de modernidad, basado en el culto al producto. El patio ajardinado contiguo es perfecto para las noches de buen tiempo. Una atractiva opción es disfrutar de la Experiencia Perrier- Jouët (720 euros, dos personas), con cata personalizada de distintas cuvées del champagne, cena maridaje, alojamiento y desayuno degustación. Una vivencia muy especial, como también lo es disfrutar de cualquiera de sus tres menús, tan sencilla y prácticamente ideados: Con poco apetito (99 euros), Con apetito normal (109 euros) y Menú Degustación (119 euros), los dos primeros con platos a elegir de la carta y el último una panorámica del estilo de Toño Pérez. Y contrastes como una pasta con criadillas de tierra al caviar Beluga Imperial en tres pases (con suplemento de 28 euros). La carta huele a salitre, con entradas en las que se fusionan el mar y el campo, como la careta de cerdo con cigala o la falsa remolacha y bogavante. No faltan el cabrito o la lechona, ni la pluma ibérica o el retinto cacereño. Postres de extremada delicadeza. No se vayan sin pedir que les enseñen la bodega, un espectacular trabajo de ebanistería por y para el vino. Allí reposan unas 35.000 botellas, de 3.000 referencias distintas, procedentes de 23 países y joyas como una vertical de Château d´Yquem, desde 1806.