Tras tres fracasos empresariales, Marta Williams logró el éxito; hoy se dedica a asesorar en liderazgo y 'coaching'madrid. Llegó a España con 22 años y sin saber español, pero con un espíritu emprendedor que para sí quisieran muchos jóvenes hoy. El proceso es de manual: vio que a aquella España de los 70 que despertaba de su letargo no habían llegado todavía determinados artilugios que simplemente hacían la vida más cómoda. Por ejemplo, cubiteras de plástico."Existían unas de metal muy complicadas que había que mojar con agua caliente para extraer los cubitos". Así que decidió traerse una como las americanas. "Llevé hasta un molde a una compañía de plásticos en Burgos y lo llamamos hielo matic. Fui por ahí para venderlo, a El Corte Inglés... con una nevera portátil de hielo carbónico, para poder enseñarlo. 'No tenéis que mojarlo', les decía. Pero no convencí a nadie, quizá no estaban preparados en ese momento", cuenta con resignación. Probó a introducir otro invento de la modernidad americana, por entonces inexistente en nuestro país: bolsas de basura. "Les decía: 'Esto no ocupa espacio, es más higiénico, no entran los animales...' Hasta que mi socio en la empresa me llegó a decir: 'Marta, no entiendes a los españoles. Aquí se compra el periódico para envolver la basura'". Pero no pasó ni un año y medio de haber abandonado esa idea cuando los ayuntamientos aconsejaron el uso de bolsas de basura. "Yo habría sido la reina de la basura. Todo el mundo iba a comprarlas y no había, tenían que importarlas". Antes de tiempoDos ideas brillantes pero muy prematuras: "Yo no tenía la madurez ni la visión, ni el dinero por supuesto para perseverar". Hoy, instalada en el despacho de su propia empresa, reflexiona sobre la importancia de aprender de los errores y seguir intentando cosas nuevas: "El cáncer de muchas empresas es el inmovilismo: 'Siempre lo hemos hecho así'. Al minuto de escuchar esto, se puede ver que la empresa se estanca. Hay muy pocas que estén todo el tiempo pensando en distintas maneras de hacer las mismas cosas". Su propia trayectoria es el ejemplo perfecto de constante movimiento. Trabajó en el diario El País hasta mediados de los 80. "Fui secretaria de Juan Luis Cebrián, le servía los cafés. Era el fichaje número 11". Su espíritu inquieto le llevó a hacer más cosas: "Me encargaba de una página para el primitivo suplemento semanal, que se llamaba España pregunta, que fracasó, tampoco era su momento". Tenían a una serie de especialistas: un abogado, un médico, un experto fiscal... que contestaban a las preguntas de los lectores. "No teníamos dinero para pagarles y la idea duró apenas seis meses".Es el gran temor de cualquier emprendedor: "Hay que estar adelantado del resto pero sólo lo justo para que la idea no sea demasiado prematura y no llegue a encajar. Además, siempre se corre un riesgo: si es muy innovadora, todo el mundo la copiará enseguida". Pero si se es realmente emprendedor, reflexiona, "se siguen viendo cosas nuevas: 'De esto no hay, esto lo quiero hacer yo". Se fracasará nueve veces, dice, pero se dará en el clavo. Como le sucedió en el año 89, cuando fundó The Washington Quality Group. "No había en España nadie que hiciera liderazgo", explica. ¿Qué sigue fallando en el carácter español para que se siga hablando de la necesidad de estimular el espíritu emprendedor? "Yo lo llamo complejo felipesegundino. Desde que Felipe II perdió la Armada, las cosas no nos han ido muy bien (risas). El español no tiene sentido del humor". Y sobre todo critica ese orgullo de "no me digas que lo he hecho mal. Durante una época en la Historia, limitó a España". Ella cree que en empresas en las que nadie admite sus errores, se genera un clima laboral en el que nadie se atreve a equivocarse. "Y si uno no se equivoca es imposible crecer y mejorar".