Fútbol

Morata o el 'raulismo' hereditario

    Morata marcó un gol 'rauliano' contra Ucrania. <i>Imagen</i>: Reuters

    Javier Martín

    Morata ya no es un niño. Es lo que tiene Italia. Entre raviolis, pizzas y obras de arte, uno se hace mayor, sobre todo si dedica a jugar en ese campeonato ajado que sólo conserva de su época dorada aquello de curtir jugadores a golpe de patadas, gimnasio y 'catenaccio'. Pues eso. Morata ya no es un crío.

    Se le nota en la mirada. Antes, cuando lucía de blanco impoluto, mostraba cierto aire de inocencia. Ya saben, ésa que luce el niño al que le ha tocado la lotería en la feria del pueblo y no sólo se alegra del premio, sino que se siente el hombre más afortunado del mundo.

    Poco le duró la euforia la temporada pasada. A mitad de curso llegó una desgracia con nombre italiano (qué casualidad). Ancelotti dejó de hablarle (lo confiesa el propio Morata) y la mueca del chavalín se tornó en enfado y frustración.

    Tuvo que coger las maletas y como, otros críos de la cantera blanca, se marchó lejos de casa, sin más patrón que su rendimiento y con los goles como única arma.

    Por delante, el reto de jugar en una señora vieja pero todavía linda que tenía en dos perros viejos sus máximos estiletes. No son Tévez y Fernando Llorentes almas cándidas con las que jugase el pan. Más al contrario.

    Morata se vio forzado a mutar actitudes. Las espinillas se escondieron dentro de su dermis y la testosterona hizo acto de presencia. Nuestro 'bambino' se hizo 'uomo' y decidió comerse a sus rivales sin importarle su nombre, edad o confesión futbolera. Lo logró.

    Se partió el alma en cada partido y, pese a su aspecto enclenque y su constitución pobre, demostró que nadie le iba a callar. Aderezó cada partido, cada batalla, con goles que parecían caerse de sus bolsillos y cuando menos se lo esperaba nadie, le había robado el puesto a Llorente para ser pareja de baile en ataque de Tévez y llevar a los suyos muy lejos en Europa.

    Cuando volvió a la patria para jugar con 'La Roja' todos descubrimos un Álvaro distinto. En las entrevistas se mostraba serio, con frases rotundas y sin atisbo de bromas. No se andaba con chiquitas y cada vez que respiraba, dejaba un titular con el que helar la sangre de sus competidores en la Juve.

    Quería ser titular en Turín y, vía Italia, conseguirlo también también en la selección. Sus críticos se reían. "¿El niñato titular?", dudaban. Pues sí. El niñato, titular.

    Y yo, nostálgico por naturaleza, pensé en una frase similar que usó un veterano del Real Madrid para describir a un mito merengue, a Raúl González Blanco. "Joder con el niño", le recibieron en la antigua Ciudad Deportiva de la Castellana.

    Cuenta Luis Villarejo en un viejo libro sobre el '7' que el cabreo entre las vacas sagradas del vestuario ante aquel escuálido delantero de San Fermín era notable. El "niñato" irrumpió en el entrenamiento del primer equipo tirando un caño a Hierro. Chendo le reprochó el gesto técnico. Cuando Raúl recogió de nuevo el esférico, en la siguiente jugada, le tiró otro caño al malagueño y se ganó la confianza del vestuario. 

    Aquel niño, como éste, como Morata, se tuvo que ganar un puesto entre gigantes y lo consiguió cuando torció el gesto. Raúl, como Morata, agrió su mirada y su verbo y empezó a trabajar como nuestro protagonista, esto es, se dedicó a meter goles casi sin querer.

    Goles que se definían más por su picardía que por su talento. Más por su eficacia, que por su vistosidad. Era el Raúl de los comienzos. El de maduró en la temporada 95-96. El de mi infancia.

    Y mientras mi mente rumiaba la comparativa, desperté del letargo nostálgico con una frase de Morata: "He cogido el '7' porque me recuerda a Raúl, ídolo", comentó en sala de prensa tras volver con España.

    Una lagrimilla de orgullo recorrió mi psiqude. "Míralo, piensa como yo", me dije. Una opinión que ratifiqué cuando le vi meter ese gol tan 'rauliano' contra Ucrania.

    Pase al hueco, carrera a toda prisa y, cuando parecía que nada iba a suceder, no se sabe cómo, se sacó un remate con la derecha (lo único anti-rauliano) que coló la pelota de cuchara por encima del meta rival.

    No era un flashback. Era Morata transformado en un nuevo Raúl que amenaza con triunfar pese a que nadie, como en el caso del '7', crea en su virtudes.