Firmas

La clase inútil

  • Es necesario acomodar los sistemas educativos a la escena tecnológica
<i>Foto: Archivo</i>

Eduardo Olier

Homo Deus es uno de los grandes éxitos editoriales de los últimos tiempos. Su autor, Yuval Harari es un profesor de Historia de la Universidad Hebrea de Jerusalén, cuyas visiones sobre la especie humana ya se pusieron de manifiesto en otro exitoso libro: Sapiens. El último publicado por este autor, 21 lecciones para el siglo XXI, seguirá la misma senda de éxito. Sin embargo, con aportaciones sin duda inteligentes muestra un mundo que, de ser así, abrirá enormes conflictos si no se es capaz de ordenar todos los nuevos avances tecnológicos que vienen de la mano de la inteligencia artificial, el tratamiento masivo de los datos -lo que se conoce como big data-, el análisis de los mismos y todas las nuevas técnicas que nacen alrededor de los algoritmos matemáticos que abren enormes posibilidades en cualquier disciplina científica, económica e incluso social, con sus interacciones con la política y la manipulación de las personas, sea en forma de consumidores o, simplemente, electores en procesos democráticos.

Harari, en su libro Homo Deus expone una nueva clase social que denomina la "clase inútil". Término excesivamente fuerte para definir a un nuevo grupo humano que queda fuera de la comprensión o participación en el dominio de estas nuevas técnicas. En concreto, este autor se plantea el problema de que, según él, el dilema más importante del siglo XXI será qué hacer con toda la gente superflua. Esos seres humanos que serán de una u otra manera sustituidos por las nuevas tecnologías, mucho más "inteligentes" y capaces de hacer "todo" mejor que ellos. Personas superfluas o inútiles que quedarán apartadas en el camino. Lo que, llevando esta tipología al extremo, podría hablarse, según Hariri, de países superfluos o de regiones inútiles, en un mundo en que la brecha tecnológica sería tal que esos seres humanos ya no serían servibles.

Poco o casi nada se ha comentado esta manera de ver el mundo del futuro. Un mundo, según este autor, mucho más cercano de los que pensamos. Una nueva era en la que la "singularidad tecnológica" abre enormes cotas de prosperidad para unos, mientras que para otros será un enorme desastre humanitario. Lógicamente, el futuro puede ser distinto, pero lo que parece ser evidente es que tenemos enfrente nuevos escenarios de los que nadie se preocupa, ya que de ser ciertas estas predicciones, lo primero que salta a la vista es la necesitad de acomodar todos los sistemas educativos para dar respuesta a estos nuevos escenarios. No sólo la Universidad, cuyas disciplinas están en muchos casos obsoletas, sino las enseñanzas secundarias e incluso las más tempranas. Enseñanzas en las que el cuerpo profesoral, en general, carece las capacidades necesarias para acometer. Aunque, es cierto que ya hay países que mueven sus sistemas educativos en esta dirección. Véase, por ejemplo, la República de Corea o Dinamarca. El segundo aspecto tiene que ver también con la formación, en este caso, la formación profesional. Las empresas deberán acometer un proceso educativo de enorme coste en tecnologías y personas, lo que puede cambiar la estructura económica de aquellos países que queden fuera de esta nueva ola innovadora. Unos cambios que, en definitiva, dividirán el mundo entre países pobres tecnológicamente hablando y otros mucho más ricos de lo que hoy lo son. Y dentro de estos mejor preparados, regiones dentro de la ola tecnológica y otras fuera de ella.

Quizás la transformación no sea tan profunda y haya tiempo de acomodarse, pero lo que parece cierto es que las nuevas tecnologías que se mueven alrededor de la inteligencia artificial se abren paso de una forma tan dinámica que, de no poner los medios, puede acabar destruyendo el concepto de riqueza y prosperidad, abriendo un camino de penuria en formas totalmente nuevas.

Desde aquí no aceptamos ese concepto de clase inútil o superflua. Las personas tienen una dignidad intrínseca que hay que respetar; y los poderes públicos han de velar porque sea así. Por el contrario se debería hablar de la necesidad de acomodar las capacidades humanas a los tiempos que vienen o que, para ser más exactos, ya están aquí. Desgraciadamente, sin embargo, todo lo que se observa va más bien en la dirección contraria. La política hoy en día se mueve en ejes populistas más preocupados por manipular o por oscurecer las realidades. La posverdad se ha convertido en moneda diaria. No se trata de medias verdades como se suele entender. Se trata sin ambages de manipulaciones interesadas para conseguir o mantener el poder. Un fenómeno mucho más general de lo que puede suponerse. Aunque en esto España demuestre ir a la cabeza.

Es urgente que se pongan los mecanismos para que las estructuras productivas y, por tanto, el capital humano que les da sentido, se acomode a las nuevas necesidades. De otra manera, esa clase inútil de la que se habla se convertirá en una clase esclava sin ningún futuro. Y, de ser así, las brechas sociales llevarán a descontentos de difícil control. En España hoy, nadie se ocupa de este serio problema. Cuando se quiera hacer será demasiado tarde.