Los desnudos y los muertos de Cataluña
- Colomines, un cerebro en la sombra del proceso separatista
Víctor Arribas
Hasta ahora en los seis años que dura ya la exacerbación del sentimiento independentista en Cataluña pocas veces se ha utilizado el recurso de los muertos sobre la mesa como argumento para discutir la viabilidad del proceso. Siempre había sido empleado desde las posiciones separatistas: el 1 de octubre por aquellas cargas policiales en cumplimiento de una orden judicial que estaba siendo vulnerada, y tangencialmente, en las bravuconadas altisonantes de dirigentes catalanes como Tardá cuando mencionan la que sería indeseable presencia de tanques en las calles de Barcelona, una imagen que a fuerza de repetirse ha parecido incluso dejar de ser para ellos indeseable.
"Si decides que no quieres muertos, la independencia tarda más". Las declaraciones de Agustí Colomines, uno de esos cerebros en la sombra del proceso separatista que nunca salen en los medios, no son por tanto nuevas aunque si reveladoras. No es cualquiera el personaje que las pronuncia, al que se considera impulsor junto al huido de Waterloo de la Crida Nacional que enterrará al enésimo partido creado para tapar las vergüenzas de Convergencia y Unión. Un cerebro en permanente ebullición. Su razonamiento tiene una parte oculta que los más convencidos de su causa no verán o no querrán ver: que incluso con muertos, o mejor aún, como consecuencia de los muertos que se produjeran, lo más probable es que la independencia no llegara nunca. Ese papel a medias kosovar que deja a los unionistas españoles el de serbios encolerizados es el que buscan representar con sus palabras Colomines y los demás, una causa justa cruelmente sacrificada por las armas del enemigo poderoso que aplasta y sojuzga a sus súbditos. Todo muy digno del siglo XXI.
Siempre he pensado, desde la Diada de 2012, que esta operación tan dolorosa de separar una parte del territorio español del resto sólo podría llevarse a cabo de dos maneras, como ha ocurrido tantas veces en tantos países a lo largo de la Historia. Y esos dos caminos son hoy por hoy inverosímiles: por las armas, o con un acuerdo. El primero de ellos, que da pavor tan sólo mencionarlo, supondría la balcanización de esta terrible situación de desafectos e instigaciones, devolviendo al corazón de Europa la eterna presencia de guerras absurdas e inútiles que han desangrado el continente durante siglos. El segundo supondría poner sobre la mesa un camino pacífico de ruptura, aceptado por todos, que debería ser por supuesto refrendado por los españoles en las urnas para que fueran ellos y no Puigdemont, Torra o Junqueras los que decidieran cómo es el país en el que viven y qué nuevas fronteras pueden alterar su inviolabilidad territorial.
La desnudez del título la aporta la cita de Lledoners. Se podrá blanquear como se quiera, colocando esta visita a uno de los presuntos impulsores del golpe de octubre de 2017 dentro de la normalidad institucional. Ya de por sí tiene mucho de sorprendente. Pero que en el vis a vis Pablo Iglesias vaya a negociar con Oriol Junqueras el apoyo del partido al que pertenece el preso preventivo a un proyecto legislativo fundamental para el país al que el presunto delincuente quiere romper, a quien deja desnudo es a quien espera en La Moncloa el resultado de esa visita carcelaria. Zapatero se ha marchado de tapadillo al País Vasco a convencer a Otegui, pero nadie del gobierno, ni siquiera del PSOE, puede ingresar en una prisión española para convencer a Junqueras de que vote los presupuestos con los que apurar la legislatura hasta después de la sentencia del proceso. Por eso aparece rauda la figura del líder morado para aprovechar su hueco, agrandado por la negociación presupuestaria que le convierte de facto en el aparente vicepresidente del ejecutivo. Lo que venga después, en forma de giros de la fiscalía o de indultos, será posiblemente el capítulo final de esta historia.