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Hombres sin fronteras

    <i>Foto: Reuters</i>.

    Mariano Guindal

    Es compatible un mundo sin fronteras con el Estado del Bienestar? Este es el gran dilema de la socialdemocracia en general y la española en particular. Hacer electoralismo de izquierdas con la inmigración es muy provechoso políticamente, como muestra la última encuesta del CIS, pero a medio plazo es una bomba de relojería.

    Es innegable que el Gobierno de Pedro Sánchez provocó un efecto llamada por la instrumentalización mediática del rescate del Aquarius. El ministro Fernando Grande-Marlaska, pretende negar la realidad culpando del enorme problema fronterizo al anterior Gobierno. Pero practicar el buenismo en política migratoria provoca la llegada masiva de inmigrantes ilegales. Los migrantes tratan de escapar de la miseria y de buscar un futuro mejor aprovechando las ventajas sociales que ofrece Europa, como haríamos cualquiera.

    La fraternidad que siempre caracterizó a la izquierda hace más propicio que un Gobierno socialista tenga manga ancha con quienes huyen del hambre. Pero "el infierno está empedrado de buenas intenciones". En un país tan endeudado y con una tasa de paro tan elevada las posibilidades de que un shock migratorio se convierta en un fuerte rechazo de la población son muy altas. Este tipo de políticas son el semillero de movimientos populistas como pasó en Italia, Francia y en buena parte de los países europeos.

    Culpar a Casado o Albert Rivera de alimentar la xenofobia por exigir al Ejecutivo una política que implique mayor control de las fronteras es actuar con mala fe. Es Sánchez quien tiene que decidir si en este espinoso asunto pacta con la derecha, que defiende un Estado menos protector, o con la izquierda, que propugna que la mejor política migratoria es la que no existe. Hay que elegir entre un mundo sin fronteras o sin Estados protectores.

    Como en la película de Peter Fonda, deberíamos volver a soñar como Hombres sin fronteras (1971). Probablemente desde un punto de vista moral y ético sea más justo, pero también más peligroso. Los países ricos deberían renunciar a su confort colectivo en favor de un mundo más justo, el problema es que esto acabaría impulsando el nacionalpopulismo tal y como pasó en Italia y amenaza con ocurrir en otros países europeos.