Firmas
Cuidado con la vuelta del luddismo
Juan Velarde Fuertes
Es preciso entender ciertas realidades, cuando se estudia con profundidad el impacto social generado en la primera Revolución Industrial, muy ligada a otras dos revoluciones -la científica que se había iniciado en el siglo XVII y la liberal, de tipo sociopolítico clara ya a finales del XVIII- y a ellas se añade, claramente desde 1948 la revolución social creada por Marx y todo un conjunto de planteamientos revolucionarios vinculados, ya con el socialismo, ya con el anarquismo.
En esos momentos pasó a existir una novedad vinculada a las condiciones de vida del mundo obrero que han sido, por ejemplo, muy bien expuestas en el libro de Robert L. Heilbroner, Vida y doctrina de los grandes economistas (Aguilar 1982). Los horrores que se recogen en esta obra, y que afectan a los obreros justamente cuando apareció el maquinismo, se ampliaban por la disminución que existía de necesidades de la mano de obra en toda una serie de sectores que, hasta entonces, estaban dedicados a planteamientos artesanos. Este incremento del paro generó un movimiento que era ya visible en 1799, cuando una masa, formada por no menos de 8.000 trabajadores, asaltó una fábrica destruyendo las existencias que tenía de equipo capital. A partir de ahí el fenómeno de estas destrucciones, se generalizó. La maquinaria era un enemigo adicional. El fenómeno pasó a ser muy visible desde 1811, fecha en la que por doquier se generalizó la protesta frente a las nuevas tecnologías.
Este fenómeno pasó a exponerse como el resultado de una ruptura frente a aquel nuevo panorama que, por ejemplo, había maravillado a nuestro Flórez Estrada cuando lo contemplaba desde la perspectiva ofrecida en torno al británico río Clyde. El triunfo de la maquinaria era visible, pero simultáneamente se señalaba que su destrucción se debía a la protección que deparaba a los obreros The King Ludd, unas veces y otras El General Ludd.
De nuevo, con el actual capítulo de novedades importantísimas en la revolución industrial, han comenzado a surgir, por parte de algunas personas, la cuestión de que eso se debe evitar y que el bienestar de la Humanidad exige la liquidación de estos nuevos panoramas vinculados, por ejemplo, a la revolución digital. Y en ese sentido se argumenta que ésta va a causar daños importantes, por lo menos a ciertas economías nacionales, y entre otras a la española.
Por eso conviene comenzar a criticar ese neoluddismo. Afortunadamente en España han aparecido ya noticias, como por ejemplo las del profesor Becker, quien ha mostrado, en el número monográfico coordinado por él y dedicado a La digitalización de la economía española, en la revista Economistas, noviembre de 2017 todo un panorama positivo y nada alarmante. Éste se abre con el capítulo de Bernardo Villazán Gil, titulado El nuevo paradigma de la industria conectada 4-0, que concluye indicando que "la posición geográfica de España y sus buenas infraestructuras de transportes, la presencia de empresas líderes mundiales en sus sectores", y referentes en industria conectada e inteligente, constituyen una base sólida para "el correcto desarrollo de la industria española bajo este paradigma".
En el caso concreto de España uno de los problemas en relación con estas fusiones se deriva del alto porcentaje que tienen, en el conjunto de nuestra economía, las Pymes. En este sentido, Gonzalo León, también en este número de Economistas, nos muestra cómo existen previamente riesgos en la capitalización de las Pymes y, por ello, ese concreto esfuerzo derivado de las novedades tecnológicas "había que realizarlo repetidas veces, porque las tecnologías disponibles maduran con mucha rapidez. Pero no hacerlo, supone asumir un riesgo aún mayor, el de la pérdida de competitividad". Efectivamente, eso muestra que no se puede rehuir la digitalización.
Naturalmente que este impulso, en una economía tan abierta como es la española, exige alterar la preparación en la etapa educativa. No es posible imaginar que esto se abandone, como se abandonó, en cambio, cuando llegó la primera etapa de la Revolución Industrial. Aquella época, como señaló Tovar, era una en la que se compraban libros de astrología, para la cátedra de matemáticas, cuando ya se podían adquirir otros sobre el cálculo diferencial. Comenzó así a existir un retraso enorme científico español, que detenía el avance del industrialismo.
La solución se inició con retraso en el reinado de Isabel II, cuando se crearon las primeras Escuelas de Ingenieros, que estaban puestas al día gracias a su enlace con instituciones internacionales de ese tipo, como por ejemplo, con la célebre Polytechnique francesa con sus enlaces suizos.
Esto, naturalmente se liga con la adecuada política en I+D+i, cosa que es preciso lograr que sea la más amplia imaginable en el ámbito español. Y eso se consigue a partir de iniciales planes de enseñanza, que no han de ser nunca dispares de los existentes en los países científica e industrialmente más avanzados. Éste ha de ser nuestro futuro y de esta manera asumiremos, concretamente, el fenómeno de la digitalización.