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Consolidación del sector 'fintech'


    Duarte Líbano Monteiro

    Si analizamos el fenómeno fintech con perspectiva amplia, podríamos afirmar que se cumplen ahora veinte años desde que hicieron su aparición en el mercado los nuevos sistemas de pagos basados en internet.

    Desde entonces, han ocurrido muchas cosas, entre ellas una primera ola de innovación que se vio detenida en su avance por un estado de la tecnología no suficientemente maduro, junto con una limitada penetración de las redes de datos, y por fin, desde hace un decenio, la aparición de propuestas auténticamente disruptivas y transformadoras del sector bancario. En este último periodo, en el que nos encontramos, no menos de 300 iniciativas en España y más de 15.000 en el mundo entero han venido a dibujar un nuevo mapa de los servicios financieros.

    Hay que decir, a propósito de estos datos, que España, esta vez, no se ha quedado rezagada en lo que se refiere a su participación en esta tendencia innovadora. Si elocuentes son los números relativos al número de empresas que pugnan por abrirse camino en el mercado, no lo es menos que ocupemos la quinta posición en el mundo y primera en Europa en lo que se refiere a la utilización de los servicios fintech, por detrás de China, India, Emiratos Árabes, y Hong Kong, según un reciente estudio de CapGemini. Ello demuestra, por el lado de la empresa, que disponemos del conocimiento técnico necesario para acometer estos nuevos desarrollos. Y desde la vertiente del usuario, tanto de la habilidad como de la sensibilidad para sumarnos a esta corriente de innovación.

    Es cierto que muchas de estas empresas, están actualmente en proceso de consolidación. No obstante, hay otras que ya superaron este estadio y cuyo reto no es tanto demostrar hoy su potencial para simplificar los procesos y generar ingresos recurrentes, como dotarse de estructuras y recursos para absorber de una manera eficiente el crecimiento que están experimentando, una vez que se han convertido en operadores reconocidos dentro de sus propios nichos de mercado.

    Su papel, además de dinamizar el sector financiero y abrir la competencia, ha servido de revulsivo para imprimir una tensión transformadora en la propia estructura del mercado. Se calcula que sólo en los últimos cinco años, los bancos españoles han destinado más de 12.000 millones de euros en inversión para dotarse de estructuras de innovación e investigación tecnológica en sus propias organizaciones. Asimismo, se ha producido un movimiento aún incipiente de aproximación de estos operadores tradicionales al mundo fintech. Ahí están para demostrarlo operaciones como las de Bankia con ARM o BBVA con OpenPay, Horvi y, recientemente, con la alemana SolarisBank.

    Para los usuarios de los servicios financieros, un basto universo formado por ciudadanos y empresas, la llegada de las fintech ha acelerado la transformación de los bancos hacia el modelo digital (solo hay que ver la reducción de sucursales que se ha producido en los últimos diez años, más de 18.000) y la propia configuración de estas oficinas, más volcadas hoy al asesoramiento personal que a las operaciones.

    A ello se une la irrupción de un nuevo estándar de servicio en el que el centro ha sido ocupado por el cliente. Este ha ganado en prestaciones, como mayor agilidad, transparencia o reducción de costes financieros, y ha visto además multiplicadas las alternativas en el mercado sin necesidad, como tantas veces ocurría, de sufrir discriminación positiva o negativa, según el caso, por consideración de tamaño o capacidad financiera.

    El sector fintech constituye un claro ejemplo del nuevo paradigma que las nuevas tecnologías aportan. Se estima que ya son más de 5.000 los empleos que el sector ha creado en España, y la cifra no hará más que crecer, lo mismo que ocurrirá con las propuestas empresariales. Se ha logrado crear en nuestro país un ecosistema fintech, que a modo de los hub tecnológicos más punteros del mundo, se retroalimentan de sus propias sinergias. Sólo esperan ahora el espaldarazo definitivo de un marco regulatorio que homologue su desarrollo, sobre todo en los primeros estadios, al vigente en países como Reino Unido o Francia.