La gran familia
Mariano Guindal
Según adelantó mi amigo y contertulio Carlos Cuesta, la actual directora de la Oficina Económica de Presidencia del Gobierno, Eva Valle, será la vicepresidenta del BCE en detrimento de Luis de Guindos si Francia impone su tesis de que la candidata sea mujer. Si no sale y sigue adelante el proyecto del ministro de Economía para ocupar el puesto, entonces la señora Valle sería la mejor candidata para sustituir al actual gobernador del Banco de España, Luis María Linde. Es decir, pase lo que pase, la familia de los Nadal sale ganando.
Esto parece un episodio de la entrañable película del franquismo La gran familia (1962), de Fernando Palacios, y magníficamente interpretada por Alberto Closas, Pepe Isbert, Amparo Soler y José Luis López Vázquez. Eran otros tiempos, cuando el amor familiar y el calor hogareño se apreciaban. Ahora, sin embargo, todo lo que tenga que ver con la familia se critica.
Un ejemplo es lo que pasa con Valle, a quien se critica porque es la mujer del secretario de Estado de Presupuestos, Alberto Nadal, y la cuñada del ministro de Energía, Álvaro Nadal. Según se dice, si Guindos se fuese a Europa sería Alberto quien le relevaría en Economía. De esta forma se crearía la Santísima Trinidad. Esto iría acompañado de una legión de amigos que ya ocupan puestos clave en instituciones o puestos administrativos, lo que les permitiría dominar buena parte de la economía y la vida pública del país.
Si a esto se añade un exceso de soberbia, en el caso que los dos gemelos la tuvieran, nos encontraríamos con un escenario poco aconsejable. Si, además, provocase el malestar en determinadas élites de poder económico, político y social sería aún peor para un Gobierno, como el de Mariano Rajoy, ausente de afectos dentro y fuera de su partido.
No es que la señora Valle no esté preparada ni tenga los requisitos para ocupar altos cargos. De hecho, hay quien dice que es la mejor del clan. El problema es el exceso de poder que se concentraría en una familia y los problemas que acarrearía. En las grandes corporaciones está mal visto, y hasta prohibido, un exceso de concentración familiar, por aquello de no confundir lo personal con lo profesional, como por desgracia suele pasar con frecuencia en la administración pública española.