El conductualismo y cataluña
Fernando Gómez-Bezares
Para un observador racional, más si es un economista, la evolución política en Cataluña resulta muy difícil de entender. ¿Cómo es posible que un pueblo culto, abierto al mundo y para el que los aspectos empresariales y económicos siempre hemos dado por sentado que eran muy importantes, pudiera olvidarse de todo esto al votar casi un 50% el pasado diciembre por opciones independentistas?
Es un hecho que muchas empresas han trasladado su sede social fuera de Cataluña, y entre ellas se encuentran algunas muy importantes y otras que, sin serlo tanto, tienen una larga tradición y enraizamiento en la sociedad catalana. También es un hecho que hay peligro de que se deslocalicen actividades productivas, algunas muy importantes.
El turismo o la "marca Barcelona" también se han visto perjudicados... Todo esto va a tener consecuencias económicas en el corto, medio y largo plazo, consecuencias muy mayoritariamente negativas para la economía y la ciudadanía catalanas. ¿No importa esto a la mitad de los catalanes? Todavía peor si suponemos que dentro de esa mitad se incluye una parte notable de la tan citada burguesía catalana.
Por otro lado, las posibilidades reales de una independencia yo creo que son bastante limitadas, y de producirse parece que conllevaría, al menos de momento, la salida de la Unión Europea. ¿Es razonable combatir con tanto ardor por un objetivo que en el improbable caso de conseguirse dejaría a Cataluña fuera de España y de Europa, donde están muchos de sus referentes culturales y de sus relaciones económicas?
Pero este tipo de hechos, que probablemente producen perplejidad en muchos españoles y europeos, para nada son nuevos, y la historia está plagada de actuaciones parecidas, en las que, al menos aparentemente, mucha gente no está actuando racionalmente. Desde la Ilustración, en el siglo XVIII, hemos tendido a poner a la razón como guía fundamental; tal vez nos hemos olvidado de otras cosas.
El premio Nobel de economía del año 2017 se le ha concedido a Richard Thaler, un investigador económico que ha destacado en las denominadas finanzas de la conducta o finanzas conductuales (behavioral finance). Esta rama de la economía estudia, por ejemplo, la influencia de las emociones o de los sentimientos a la hora de tomar decisiones en Bolsa, y hoy en día representa un campo prometedor en la investigación financiera: ¿por qué se producen las burbujas, y durante un tiempo parece que todos nos hemos vuelto locos y compramos y compramos productos sobrevalorados?, ¿por qué hay empresas cuyo valor en Bolsa se separa de su valor intrínseco? o ¿por qué nuestras antiguas cajas de ahorros hicieron una expansión territorial que en muchos casos era difícil de justificar económicamente?... Este tipo de actuaciones pueden tener que ver con modas, con efectos imitación, incluso con manías; perfectamente puede haber detrás de ellas emociones y sentimientos que fácilmente calificamos de no racionales. Richard Thaler se ha interesado por diferentes "anomalías", que en el campo financiero se refieren en general a cuando los precios no se ajustan a lo que racionalmente, bajo ciertos supuestos, debería ocurrir. Esto puede tratar de explicarse con el conductualismo: los economistas nos acercamos a los psicólogos.
El interés de la economía por la psicología tiene una amplia tradición, y podríamos recordar, por ejemplo, a Keynes que ya trata de estos temas en su Teoría General. Podemos citar también a tres premios Nobel de Economía como Herbert Simon, Maurice Allais y Daniel Kahneman (este último un psicólogo cognitivo), que han estudiado cómo, en ocasiones, los agentes no se comportan según lo que tradicionalmente hemos entendido como racionalidad.
Si los individuos en sus decisiones económicas personales o cuando actúan en nombre de su empresa o de sus clientes no son perfectamente racionales, al menos según el concepto clásico de racionalidad, y se dejan llevar, por ejemplo, por sus emociones y sentimientos, ¿por qué nos extraña tanto que también hagan algo así en sus decisiones políticas? Yo creo que la identidad, la pertenencia, el agravio o el rechazo (reales o imaginados), el afecto... son sentimientos muy fuertes que condicionan o incluso guían las actuaciones humanas.
Y no olvidemos que, además, son sentimientos fácilmente manipulables si se maneja con habilidad la comunicación: la historia reciente está llena de ejemplos.
Los seres humanos no somos máquinas frías que procesan objetivamente la información y optimizan sus decisiones, afortunadamente somos más complejos y nos dejamos guiar por otros impulsos. Pensemos en ello y actuemos en consecuencia cuando hablemos de Cataluña.