Firmas

Yo para ser feliz quiero un dramón

    Imagen de The Crown.

    Javier Huerta

    La vida de la reina de Inglaterra, impecable como soberana pero desgarrada a veces como mujer por culpa de su marido infiel, vertebra The Crown, cuya segunda temporada ha estrenado Netflix.

    Quizás esta nueva entrega no se acerque a la perfección tanto como la primera, pero mantiene un nivel excepcional y arriesga más. Resulta difícil determinar qué porcentaje de ficción contamina la serie, que comienza con Isabel y el duque de Edimburgo a finales de los años 50, en plena crisis por las veleidades del consorte, y pasa por los traumas infantiles del príncipe de Gales, las miserias sentimentales de Margarita de Inglaterra, o los lazos entre los nazis y el duque de Windsor, quien antes de su matrimonio con Wallis Simpson había sido el Rey Eduardo VIII.

    La ambientación es una obra de arte de principio a fin. Recrean aspectos cotidianos de los miembros de la Corona hilvanados con hechos históricos. Muchos de los personajes están vivos. Siento envidia sana por tener la oportunidad de disfrutar de una historia similar y de este nivel con el Rey Juan Carlos, que cumple 80 años el 5 de enero, como protagonista. Su nacimiento en Roma, su infancia en Estoril, su traslado a la España de la dictadura, su vida amorosa, la boda, sus relaciones con las infantas y con Felipe, con Franco, o su papel en la Transición dan para un suculento dramón.

    Por desgracia, el mejor espectáculo con el que se atreven nuestras teles es Ada Colau en plena simbiosis con Jorge Javier. La alcaldesa de Barcelona sabe que en Sálvame enganchará votos para su formación política, y más recordando oportunamente que tuvo una novia que le desgarró el corazón, como Isabel II cuando los celos y la distancia la separaban de su príncipe griego, pero en plan bisexual.