¿Y si hubiera otra fórmula de renta básica universal?
Felipe García
Hace unos meses conocimos los primeros resultados del experimento de Renta Básica Universal que se está llevando a cabo en Finlandia. El país escandinavo ha sido uno de los primeros que ha querido explorar qué beneficios e inconvenientes podría tener la aplicación masiva de una de teorías más controvertidas de los últimos años. Para ello, desde el pasado mes de enero comenzó a pagar una renta de 560 euros mensuales a 2.000 personas en situación de desempleo. Ahora se ha conocido que los efectos de la medida están siendo positivos para sus beneficiarios, ya que, según los responsables de la iniciativa, estos están más relajados, su salud es mejor y además buscan empleo más activamente.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) es una de las instituciones que con mayor fuerza está defendiendo la teoría de la Renta Básica Universal como vía necesaria para modernizar los sistemas de protección social en los países desarrollados. Pero a la medida no le faltan detractores que la tachan de utópica e inasumible. Porque una cosa es proporcionar soporte económico a 2.000 finlandeses durante dos años, y otra muy distinta hacerlo indefinidamente con el grueso de la población occidental.
Aunque a los escépticos no les faltan razones para argumentar la dudosa inviabilidad de una propuesta así a gran escala, tal vez la idea de una renta universal no sea tan descabellada como podría parecer. Es una respuesta extrema pero lógica a un modelo económico que no funciona. Sólo que, en mi opinión, necesita un cambio de enfoque. Y es que la propuesta ahonda en la idea de un sistema de protección social como principal antídoto contra las disfunciones del sistema económico imperante. Cuando el mejor modo de protegerse de tales disfunciones es cambiando completamente el sistema.
Un modelo agotado
Afrontémoslo. El modelo capitalista basado en la relación trabajo/horas está agotado. A grandes rasgos, su razón de ser es el crecimiento continuo porque de lo contrario entra en crisis. Y no se puede crecer eternamente sin incurrir en especulación y sin provocar una peligrosa burbuja. Donde, en cambio, sí existe una vía permanentemente abierta al crecimiento es en el conocimiento. En la economía convencional, si yo comparto una manzana con un socio cada socio se lleva media manzana. En la economía del conocimiento, las ideas compartidas siempre tienen un valor mayor que uno. Porque compartir conocimiento no conlleva perdida del mismo; más bien todo lo contrario. Cuando comparto conocimiento con otra persona los dos aprendemos, cuanto mayor es el conocimiento complementario mayor el potencial. Pero ninguno pierde nada por compartirlo.
Desde hace unos pocos años nos vienen alertando de la inminente llegada de robots que asumirán buena parte de los trabajos que actualmente realizan los seres humanos. Contemplado desde el prisma del modelo tradicional, la llegada de una era robotizada supone un cataclismo social porque dejará a millones de personas sin su medio de vida. Ante semejante panorama, la renta universal parece ser el único modo de garantizar unos ingresos al grueso de la población. Es la razón por la que desde diversas instancias se está estudiando la forma de tejer una gigantesca red de protección social que detenga el impacto de una masiva robotización en la fuerza laboral.
Pero si hacemos el esfuerzo mental de situarnos en un modelo de economía totalmente distinto, en un modelo regido por la economía del conocimiento, los robots pueden ser la solución. En un escenario en el que las máquinas asumen buena parte del trabajo, el ocio y el consumo pasarían a ocupar buena parte del tiempo de las personas. ¿Pero cómo sin ingresos que lo permitan? Ciertamente, no a través de una ayuda estatal financiada con los impuestos. Se hace necesario buscar nuevas fuentes de ingresos. Y hay algo en esas personas abiertas al ocio y al consumo que es muy valioso para las empresas encargadas de proporcionárselo: sus datos, su vida digital.
Inteligencia artificial
La inteligencia artificial y la inteligencia colectiva pueden obrar el milagro. Hoy vivimos permanentemente interconectados. Las personas que están a nuestro alrededor impactan en nosotros y en nuestras decisiones y nosotros, a nuestra vez, impactamos en los demás. Cada uno en mayor o menor medida y en unos determinados temas, somos influencers de los demás. Nuestros comentarios en redes sociales y nuestra interacción en los distintos canales digitales tienen un impacto en nuestro entorno.
Pues bien esa capacidad tiene un valor. ¿Y si fuéramos capaces de medir con exactitud ese poder de influencia y, en función del mismo, darle un valor económico? No indiscriminadamente, sino otorgando, además, a cada persona la libertad para decidir hasta qué punto quiere esos datos que comparte en la red sean usados para fines comerciales.
Esa es la verdadera renta universal a la que podemos y debemos aspirar. Es un cambio sutil pero significativo. Ya no se trata de que "papá estado" te brinde una pequeña "ayuda" para sobrevivir, sino que surge una oportunidad real para que las personas generen una renta básica a través de la cesión de sus datos y de su vida digital, de rentabilizar su capacidad de influencia sobre otros para convertirse en prescriptores de servicios y bienes de consumo.
Ese horizonte es tecnológicamente posible a no muy largo plazo. Aunque todavía habrá que sortear no pocos obstáculos. Los principales no serán de carácter técnico. Se trata de un profundo cambio de modelo, una revolución cultural y de mentalidad de calado no inferior a la enorme revolución digital que el big data, y los avances en inteligencia artificial e inteligencia colectiva nos están trayendo.