Firmas

Lecciones de los atentados desde Cambrils

  • A nadie se le habría ocurrido, en otros países, no implantar bolardos
Mossos d'Esquadra en el atentado de Cambrils- <i>Foto: Archivo</i>.

Francisco de la Torre Díaz

Hay días que quedan en la memoria. Muchos años después, podemos recordar dónde estábamos y qué estábamos haciendo ese preciso día, cuando llegó la catástrofe. El 11 de septiembre de 2001, yo estaba en Cambrils, donde vivía, aunque trabajaba en Reus. Estaba comiendo con un amigo que se había acercado desde Barcelona, aprovechando que ese día era festivo (la Diada). Entonces, en la televisión vimos cómo dos aviones se estrellaban contra las Torres Gemelas de Nueva York, en lo que fue el más sangriento de los atentados terrorista que nunca habíamos visto. El día, por lo menos para nosotros dos, dejó de ser festivo para pasar a estar teñido de negro.

Todo esto parecía lejano, pero era un espejismo. Unos meses después, descubrí que el jefe del comando del 11-S, Mohammed Atta, había estado meses viviendo en un hotel a 150 metros de mi apartamento. La amenaza procedía de lejanos desiertos pero todos estábamos amenazados. Eso tuvimos ocasión de comprobarlo poco después en varias capitales europeas. Por mucho que algunos quieran levantar muros y fronteras, el mundo era y es, muy pequeño.

Dieciséis años después del primer gran ataque terrorista islamista, algunas cosas han cambiado. Por ejemplo, los controles de seguridad de los aeropuertos son muchísimo más exhaustivos que antes. Evidentemente, todos perdemos mucho más tiempo para acceder a un avión comercial, pero los secuestros aéreos, afortunadamente ya no aparecen en las noticias.

Otra cuestión que ha cambiado, y que debería facilitar las cosas, es la falta de apoyo a los terroristas. Hace 16 años hubo quienes celebraron, en el mundo islámico, los atentados de Nueva York. Hoy, la solidaridad con España ha sido general, en Occidente, pero también en Oriente Medio, por ejemplo, los yazidíes que son el pueblo que más ha sufrido la tiranía del Daesh o Estado Islámico. Incluso, el ejército libanés, en la última colina que tomó a las fuerzas del Estado Islámico llevaba una bandera española. El día en que sean las propias comunidades islámicas las que denuncien a los terroristas estaremos un poco más cerca de acabar con esta lacra.

Sin embargo, en los países, como era el caso de España, donde hacía tiempo que no se producían ataques terroristas, algunas autoridades empiezan a pensar que la seguridad no es una prioridad.

Por ejemplo, en Alemania o Francia, a nadie se le ocurriría no instalar bolardos o grandes maceteros, en zonas de gran afluencia peatonal, dados los antecedentes de atentados utilizando camiones como un arma de destrucción masiva.

En Madrid, los maceteros en los accesos a la Puerta del Sol se reinstalaron después del atentado de Barcelona, pero en la Ciudad Condal esto se ha sustituido por una presencia policial, que desgraciadamente todos sabemos que no puede mantenerse indefinidamente. En fin, este tipo de medidas de seguridad, como los controles, bolardos... pueden ser caras y molestas, pero no son contrarias a la libertad, sino una garantía de la libertad.

De hecho, los Mossos, a los que hay que alabar en este caso su profesionalidad y valor, han abatido a seis terroristas porque, aunque iban armados y tenían voluntad de matar a cualquiera que se interpusiese en su camino, simplemente no llevaban armas de fuego. Es una obviedad que todos estamos pasando por alto, como en general no valoramos la cosas que funcionan. Sólo pensemos en la masacre de la Sala Bataclán de París, o los 39 muertos que provocó un solo asesino en una discoteca de Estambul hace unos meses. Si los terroristas de Barcelona y Cambrils no disponían de armas de fuego no era por falta de ganas, sino por un control, a cargo de la Guardia Civil, que funciona.

Más allá de las medidas de seguridad pasivas, está claro que habría que saber qué falló para una célula de, según fuentes oficiales, al menos 12 terroristas islamistas, que llevaban meses entrenando para cometer una masacre, no fuese detectada a tiempo. Si los terroristas no hubiesen sido torpes en la manipulación del explosivo, la tragedia en Barcelona hubiese sido dantesca. Ahora es fácil decirlo, pero debemos aprender de los errores, y si la investigación de la explosión de la vivienda de Alcanar hubiese sido más rápida y precisa, las alarmas se hubiesen podido activar antes.

Lo que no ha cambiado, y no debería, es la firme voluntad que deberíamos tener todos, más allá de nuestras diferencias, en defender nuestro estilo de vida, la democracia y la libertad. Para eso, no debemos tener miedo, porque el miedo es el asesino de la mente y de la libertad. El odio hacia los que nos quieren destruir puede resultar comprensible pero tampoco es una respuesta racional, aunque solo sea porque los terroristas son una pequeña minoría que se esconde, y descargar la ira sobre otros solo creará resentimiento y terror.

Al terror se le combate apoyando a las fuerzas de seguridad, invirtiendo en investigación, rastreando el dinero que paga los atentado y los púlpitos yihadistas, y aplicando las leyes democráticas... Ese debería ser nuestro homenaje a las víctimas y a sus familias, a la sangre derramada de los inocentes.