¿Cristales rotos en Barcelona?
J. R. Pin Arboledas
La reputación, comercial o personal, es planta difícil de criar y fácil de agostar. Requiere esfuerzos para que crezca sana y fuerte y pocos errores hacen que desaparezca o, peor aún, pase de buena a mala. New York tuvo fama de insegura en los 80 (Felipe González dijo aquello de: "Prefiero morir en el metro libre neoyorquino, que estar seguro en el comunista de Moscú).
En 1994 con el comisario Bratton, contratado por el alcalde Giuliani, superó la fama de ciudad insegura, fatal para una ciudad turística. Barcelona era, hasta ahora, una urbe con sensación de seguridad. Pero este verano las cosas están cambiando. A los pinchazos en las ruedas de bicicletas, autobuses turísticos, y pintadas como "Turistas, go home", se han sumado robos en hoteles, el último 40.000 euros a tres turistas chinas en la Villa Olímpica (cuatro estrellas).
Todos acontecimientos virales en las redes. La turismofobia de la Ciudad Condal es notoria en los medios de comunicación y la frase "turismo depredador" el lema de los activistas. Si eso no es suficiente, el Aeropuerto de El Prat hace incómoda la salida con esperas de hasta cuatro horas para la revisión de equipajes. Barcelona puede perder uno de sus alicientes: el recuerdo agradable de la estancia vacacional. Nadie quiere ir a sufrir.
Lamento que este artículo sea un vehículo más de mala imagen, pero como quiero a la ciudad, de donde es uno de mis títulos universitarios, me veo en la obligación de avisar. El lema de Giuliani en su campaña electoral fue: "Calles seguras, ciudad segura". Su filosofía, la de los "cristales rotos". Significa que basta que en un edificio se deje una ventana con el cristal roto, para que en poco tiempo todas los tengan.
La sensación de seguridad empieza por pequeños detalles: grafitis, pinchazos en ruedas de vehículos, carteristas callejeros, okupas… ¿Es Barcelona una ciudad con cristales rotos? Sus dirigentes lo saben. ¿Actúan? De momento, no parece.