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Ni el esperanto ni el volapük triunfaron: ¿cuál es el secreto para comunicarse entre culturas?

  • Nadie quiere aprender una lengua nueva que en principio nadie habla aún
  • En los negocios cobra importancia la mediación a través de un traductor
Imagen: Dreamstime.

Daniel Matilla

Vivimos en un mundo global en el que el contacto con personas que no hablan nuestra lengua está a la orden del día, y más aún si nos referimos a los negocios. Los seres humanos somos resolutivos, y conseguimos establecer contacto de diversas maneras con personas con las que en un principio no podríamos comunicarnos por diferencias lingüísticas.

Durante la historia, la humanidad ha conseguido generar diversas herramientas para salvar las distancias en la comunicación con otras culturas pero, ¿cuáles son y qué efectividad tienen para conseguir una negociación fructífera? Desde Ontranslation nos lo cuentan.

Parece que la manera más sencilla de comunicarnos con personas que hablan un idioma distinto al nuestro es la del uso de una lengua vehicular, esto es, una lengua usada por una mayoría en el planeta. Actualmente, como todos sabemos, esta lengua vehicular (o lingua franca) es el inglés. Y, si bien es cierto que el inglés elimina las barreras comunicativas en muchos casos, también es cierto que el acceso a esta lengua está desequilibrado y en algunos lugares casi nadie la habla.

¿Qué es lo que falla?

Para un hablante de alemán es mucho más sencillo aprender inglés que para un hablante de chino, ya que pertenecen a la misma familia. Se han intentado crear lenguas vehiculares artificiales para solucionar este tipo de problemas, como el archiconocido esperanto o el no tan famoso volapük. Sin embargo, estas lenguas no han tenido prácticamente ningún impacto por el simple motivo de que nadie quiere aprender una lengua que nadie (valga la redundancia) habla.

Cuando aprendemos lenguas lo hacemos por motivos recursivos, y el no conocer el destino o la proyección de las lenguas artificiales frena a los hablantes a la hora de lanzarse a aprenderlas y entenderlas, lo que nos hace pensar que su éxito es muy poco probable. Ocurre lo mismo en el ámbito empresarial: los plazos para los negocios son ajustados, por lo que la resolución de problemas debe ser lo más rápida posible.

Por esta razón, invertir en conocer un idioma que nos es totalmente extraño supone una inversión demasiado arriesgada, ya que, además, no podemos asegurar que la persona con la que comerciamos vaya a hacer lo mismo. Por otra parte, existe un tipo de lenguas, las llamadas lenguas mixtas, que surgen del contacto entre dos grupos de hablantes de diferentes idiomas.

Estas se suelen clasificar en dos tipos, según surjan de un intercambio comercial (pidgins) o de un contacto debido a la migración (criollos). Es natural que dos personas que no hablan la misma lengua intenten comunicarse en la suya propia, y durante siglos se han generado lenguas que mezclaban dos códigos distintos y que, a pesar de todo (o gracias a ello), hacían posible el entendimiento entre personas.

Así, han surgido matrimonios tan curiosos como el del English Chinese Pidgin a partir del siglo XVIII, el cual fue fruto de los intercambios comerciales entre ambos imperios y unía las dos lenguas más habladas actualmente en el planeta. La aparición de lenguas mixtas puede parecer una solución bastante efectiva para romper las barreras lingüísticas, pero plantea problemas en el mundo actual.

Hoy en día ya casi no aparecen lenguas mixtas debido a la movilidad con la que se dan las relaciones globales. En el siglo XVIII, el contacto entre comerciantes chinos e ingleses era prolongado en el tiempo y constante; actualmente, los contactos transculturales son mucho más complejos, y quien hoy negocia en China lo estará haciendo mañana en Finlandia o en Perú.

El poder del traductor

El hecho de que estas soluciones no sean del todo efectivas nos lleva a pensar que la Torre de Babel es una realidad que no se puede salvar fácilmente con creaciones humanas, al menos de manera mundial. Las personas quieren comunicarse en su lengua, incluso cuando conocen las lenguas vehiculares: nos sentimos más cómodos cuando negociamos en nuestra lengua materna. Está claro que será más sencillo convencer a nuestro interlocutor cuanto más familiar nos resulte el entorno.

Por eso, la solución más acertada si nos enfrentamos a una situación de intercambio lingüístico recae en la mediación a través de un traductor o intérprete. Contar con una o más personas conocedoras de las lenguas implicadas en una relación y de su contexto cultural ayudará a que todos los interlocutores se sientan cómodos en el momento de la interacción y hará de puente entre culturas, lo que permitirá salvar problemas que puedan surgir no solo del uso lingüístico, sino de aspectos relacionados con las costumbres o los modos de relacionarse que sean culturalmente específicos. Si ambas personas se comunican con naturalidad, la negociación tendrá muchas más posibilidades de ser exitosa.