Trump antes de Trump
Barry Eichengreen
Entender el éxito político del presidente de EEUU no es sencillo. Ha habido muchas comparaciones simplistas con políticos populistas del pasado, pero la más reveladora podría ser con el agitador nativista británico Enoch Powell.
Powell nació en una familia de clase media baja, era el típico académico de verdadera erudición y un hombre de principios y también tenía experiencia política. En su famoso discurso de 1968 Ríos de sangre, Powell, denunció la inmigración y censuró la Ley de relaciones raciales de 1968 que prohibía la discriminación en la vivienda, el empleo y los préstamos. El pasaje aludía a las revueltas de los centros urbanos de EEUU e invocaba a Virgilio: "como el romano, creo estar viendo el río Tíber espumando sangre".
El equivalente para Powell del hombre del saco mexicano de Trump era la inmigración india y pakistaní, que retrató como una amenaza para la forma de vida británica. Powell defendía la repatriación a gran escala de inmigrantes a su país de origen. The Times denunció la perversidad del discurso Ríos de sangre, pero Powell logró seguidores fieles entre los votantes de clase trabajadora que estaban pasando un mal momento económicamente. La analogía con Trump se extiende más allá de la hostilidad a la inmigración. Powell fue un defensor acérrimo de los negocios. Era un nacionalista comprometido que rechazaba cualquier clase de alianza que pusiera en peligro la independencia política británica. Se opuso implacablemente a formar parte de la UE. Dejó el partido conservador por esa razón en 1974.
Powell, como Trump, era pro-ruso. A pesar de sus principios del mercado libre, valoraba a la Unión Soviética por sus sacrificios en la II Guerra Mundial y su nacionalismo orgulloso
Aunque Powell no dejó la Casa de los comunes del todo hasta 1987, su influencia política fue cada vez más marginal. ¿Entonces, por qué Powell, al contrario que Trump, no logró ascender a la cúpula del poder? ¿Y qué nos dice su fracaso sobre el fenómeno Trump y la perspectiva de su repetición en otros países?
Primero, la capacidad de Powell para movilizar a la opinión pública era limitada. Consiguió atraer la atención sobre todo pronunciando discursos y animando a sus seguidores a difundir los textos. A excepción de dos tabloides, la cobertura en la prensa del sistema de su ponencia Ríos de sangre varió de escéptica a declaradamente hostil.
Segundo, Powell creía en el sistema parlamentario británico porque había crecido en él. Era reacio a aprovecharse del nativismo y la inseguridad económica de sus seguidores para formar un movimiento antisistema que pudiera debilitar los cimientos de la democracia parlamentaria del país. Tercero, la insatisfacción pública con la política británica en el apogeo de Powell era más limitada que la americana en la era Trump. Ni en los desastrosos setenta estuvieron dispuestos los votantes británicos a rechazar el orden político.
Por último, la estructura del sistema político contrarrestaba a un inconformista como Powell. En Gran Bretaña, el primer ministro lo eligen los diputados, no el electorado. Solo en una crisis pura y dura puede la opinión popular efectivamente decidir quién se convierte en líder. Este proceso institucional levanta una barrera alta contra los populistas intrusos.
Quizá, la lección última de la comparación Powell-Trump sea que un sistema de gobierno presidencial, como el de EEUU, no es superior en cuanto a los controles que impone a los extremistas políticos. Por el contrario, lo opuesto podría ser cierto.
Artículo para Project Syndicate de Barry Eichengreen, profesor de las universidades de Berkeley-California y Cambridge y autor de 'Hall of mirrors: the great depression, the great recession, and the uses - and misuses - of history'.