'Brexit': No hay mal que por bien no venga
- Reino Unido ha pretendido ser un caso excepcional y único en la UE
- Para los fundadores de la CEE no fue imprescindible la presencia británica
Eugenio M. Recio
Como europeo siento profundamente la decisión que han tomado el 51,9% de los británicos de abandonar la UE. Por lo mismo, sintonizo gratamente con ese 48,1% que votó en contra e incluso con los que se están arrepintiendo de haber votado a favor del Brexit. Gran Bretaña, no sólo porque es la quinta economía del mundo, sino también porque a lo largo de la historia europea ha sido uno de los países más importantes de nuestro continente, debería ser un factor básico en el proyecto europeo.
A partir de esta apreciación creo, sin embargo, que en la salida del Reino Unido (RU) de la UE se pueden encontrar aspectos positivos para el proceso de la integración europea porque es un país que, desde que ingresó en 1973 en la CEE, no ha dejado de exigir singularidades que, con razón, han molestado a los demás países miembros por crear desigualdades y disfrutar de un trato privilegiado.
Conviene recordar que, desde sus comienzos, lo que atraía a los británicos del planteamiento europeo era la puesta en vigor de una zona de libre cambio y no la creación de instituciones comunitarias integradoras, como afirmó más de una vez la premier Margaret Thatcher. El recurso estratégico con que los fundadores de la CEE recurrieron a la economía para facilitar el acuerdo entre los 6 países que, en 1957, firmaron el Tratado de Roma fue tomado por los británicos al pie de la letra, pasando por alto la intención principal de crear una nueva comunidad de valores que impidiera repetir las lamentables experiencias de las dos guerras europeas del siglo XX.
Los que hemos tratado de vivir de cerca el gran proyecto europeo no podemos olvidar las muchas vicisitudes por las que pasó la Gran Bretaña como miembro comunitario, empezando por el referéndum que se celebró, sólo dos años después de su ingreso, y en el que el 67% de los británicos se declaró a favor de seguir por el camino emprendido.
Las gestiones de la primera ministra, Margaret Thatcher, en el período 1979-1984, solicitando que se rebajase la contribución económica del RU a la CEE porque la mayor parte de las ayudas se destinaban al sector agrícola de poca relevancia en su país, es un ejemplo más de la mentalidad con que se integraron en la UE y así se llegó a que en la Cumbre de Fontaineblau se hiciera una nueva excepción en las reglas comunitarias aprobando el famoso "cheque británico".
Pero donde más se destacó la oposición de Gran Bretaña a una mayor integración política y social fue en 1992 al negociarse, en el Tratado de Maastricht, la creación de una Unión Europea con una moneda común entre otros temas.
Y sin necesidad de recurrir a tiempos lejanos, el pacto entre el premier David Cameron y sus colegas del Consejo Europeo, acordado en febrero de este año, en el que se aceptaron una serie de propuestas con la intención de crear un ambiente favorable para que en el referéndum, convocado por el mismo primer ministro, predominaran los votantes en contra del Brexit, es un ejemplo más de cómo el RU ha seguido pretendiendo ser un caso excepcional y único en cuanto a su nivel de integración como miembro de la UE.
Fracasados los intentos de Cameron por mantener como miembro de la UE una Gran Bretaña muy diferenciada en relación con los demás miembros comunitarios y decidido ya el abandono de la UE, a pesar de todos los males que comportará para los británicos y para los ciudadanos de los 27 países comunitarios, convendrá fijarse en el bien que puede suponer la desaparición en el escenario comunitario de un país que siempre ha sido reticente a la integración, buscando privilegios y excepciones.
Entre los países que seguimos con el proyecto europeo no faltarán los que intenten presionar para conseguir privilegios como los que ha tenido el RU; sin embargo, el predominio de condiciones más homogéneas entre los estados miembros facilitará que los responsables comunitarios puedan intensificar los procesos de integración, como expresamente indican en la Declaración publicada después del reciente Consejo.
Y tampoco está de más recordar que, en sus principios, el proyecto europeo no sintió la necesidad de contar con el RU pues sólo 3 años después de la aprobación del Tratado de Roma, en 1961, los británicos solicitaron ya su adhesión y fue rechazada. Lo mismo ocurrió en 1967, con lo que parece que los fundadores de la CEE no consideraron imprescindible la presencia británica para llevar adelante sus planes.