Firmas

El eterno problema local


    Luis Caramés, María Cadaval

    Acaban de ser elegidos 67.640 concejales, 1.040 diputados provinciales y 8.122 alcaldes, seis más que en los anteriores comicios de 2011. Se han constituido ya las corporaciones locales. Llama la atención que después de las turbulencias económicas y del firme propósito de "racionalizar" la administración, el número de entidades locales no haya hecho más que crecer.

    Nuestro mapa local está fragmentado hasta el punto de que el 84% de los ayuntamientos no cuenta con 5.000 habitantes. Estas cifras resultan tan expresivas, que hablan por sí solas de uno de los principales problemas a los que se enfrentan, la excesiva fragmentación. Ni las transformaciones económicas, demográficas y sociales que estamos atravesando han sido capaces de reestructurar este espacio local, carente, en muchas ocasiones, de concordancia funcional, institucional y relacional.

    Así, pues, ni el votante del municipio rural es capaz de acceder a bienes y servicios adecuados, ni el del área urbana puede, con su voto, expresar su opinión sobre asuntos que "desbordan" los límites administrativos de su ayuntamiento, y tienen un carácter supralocal.

    Si nos detenemos en nuestra realidad, queda a la vista que las jurisdicciones locales forman una malla territorial nada sencilla, que se ha ido construyendo a través de las costumbres, los hábitos sociales, las leyes y los esquemas culturales que están muy presentes en el día a día de los vecinos, pero que muchas veces se olvidan por aquellos que hacen una lectura simplista del problema. Esto sucede cuando, de manera dogmática se afirma que la única solución para conseguir un redimensionamiento de los entes locales es por la vía de la fusión. Los hechos no les dan la razón, y volvamos sino la vista a lo que ha sucedido en los últimos cuatro años.

    Lo dominante en esta aspecto es la segregación y no la fusión. Sólo si se desenfoca o se desconoce la realidad de nuestro tejido local podría recetarse esta "panacea" como solución. Habrá que adoptar primero las estrategias necesarias que sean capaces de respetar la idiosincrasia de cada lugar y superar los obstáculos de resistencia sociológica, antes de abordar la necesaria racionalidad económica.

    El municipio, rompiente de muchas demandas "impropias" de las que, sin embargo, no puede rehusar, no se encuentra en las mejores condiciones de afrontar el "temporal", bien sea por razones derivadas de su declive demográfico, por su disfuncionalidad administrativa desligada de la real, precisando, por tanto, de un cambio de concepción. La última reforma legislativa, que recoge la ley 27/2013, de 27 de diciembre, de racionalización y sostenibilidad de la Administración Local, viene a añadir todavía más problemas que auténticas soluciones, a los ya existentes.

    Las tan cuestionadas Diputaciones Provinciales han sido "resucitadas", al menos en teoría -ya veremos qué ocurre en la práctica-, para atender y acompañar a los municipios pequeños en todas sus necesidades. Sólo ese asunto merece un importante debate en profundidad. Y, por otra parte, no se afronta un problema que todavía se considera mucho mayor: ¿de qué manera seremos capaces de atender a las graves dificultades de las entidades urbanas?

    Hemos de pensar en la intermunicipalidad, salvaguardando el escalón administrativo de proximidad para cosas que se pueden resolver de esta manera. Debemos preservar el equilibrio entre democracia de cercanía y las aspiraciones vecinales, justificando una base territorial amplia, donde exista una dialéctica entre la democracia política y la eficiencia económica, y no cometer el error de asumir una concepción superficial, simple y ahistórica del problema.

    El consenso alcanzado en el ámbito funcional aconseja instituciones político-administrativas encargadas del suministro de bienes y servicios públicos, con una extensión territorial íntimamente ligada a la dimensión espacial de los beneficios generados. Esto no es óbice para perseguir un aprendizaje a través de la cooperación, que acabe evolucionando hasta desembocar en la fusión de municipios. Si bien, como se puede comprender, ello no se logra de hoy para mañana, necesitamos ejercitarnos para conseguir el músculo que permita la consecución de experiencias exitosas.

    Es urgente abordar estos problemas para evitar que la realidad local siga languideciendo, mirando hacia lo que fue y quejándose de lo que puede llegar a ser. El futuro, también aquí, es incierto, pero es obligación de la política ofrecer rutas practicables, que sean coherentes con la realidad social del siglo XXI.