Firmas

Más madera sobre las medidas de Draghi

    El presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi.

    Fernando Méndez Ibisate

    Sigue la prensa lamentándose y alertando, en menor medida dicen, contra una tasa de variación interanual del IPC en registros negativos, que no decreciente: la temida deflación.

    Seguimos algunos clamando, sin éxito por lo que se ve, que lo necesario y deseable es la estabilidad de precios; que no tiene sentido ni fundamento la pretendida panacea de una inflación continua del 2% (número mágico); y que, para las condiciones históricas de nuestra tasa de inflación y su diferencial, la actual deflación ha sido necesaria y beneficiosa pues, es evidente, no ha promovido proceso alguno de expectativas de deflación contribuyendo a la salida de nuestros problemas económicos.

    La demanda es, a poco que se restituyen las rentas y riqueza o se acortan las deudas, elevada y fuerte e incluso participa en el retorno del déficit de balanza corriente porque, precisamente, los remedios políticos anteriores de gasto, liquidez y proteccionismo aligeraron nuestros desajustes y apuros económicos y velaron la necesidad de reformas internas, permitiendo que sigamos haciendo más caro o peor aquí mucho de lo que demandamos.

    Sabemos también que han influido y mucho ciertos factores coyunturales que han mantenido los precios (no todos, por lo que hablar de deflación es arriesgado) a la baja o contenidos durante tiempo: la coyuntura de nuestros principales clientes o demandantes ha pasado por dificultades; los precios de la energía, especialmente los combustibles, y otros factores de la producción han caído significativamente.

    Los productos agrícolas y la alimentación también han contribuido de forma importante a la bajada de precios debido a los excedentes o descensos de demanda, así como ocurre con los ajustes en la construcción e inmobiliarios (alquileres); y no debe despreciarse la contribución del abaratamiento en los productos tecnológicos gracias a la apertura o competencia de estos años. Por todo ello, no hay gigante deflacionista contra el que combatir, como persistentemente alecciona Draghi y recogen, cuando no alientan, los medios.

    Aunque a medio plazo la inyección de liquidez animará artificialmente el cotarro de actividad, demanda, intercambios, proyectos, inversiones y empleo, el propio Draghi ha establecido con claridad los efectos nocivos, que, por cierto, ya hemos padecido con anterioridad y contribuyeron a alimentar la crisis y ulterior recesión de 2007: además de financiar los dislates de gasto y acción política de mucho gobernante demagogo en todos los niveles (para colmo, y como en anteriores crisis o recesiones, afloran las propuestas electorales que abundan en el error y proponen doble taza de caldo, incluso con elementos aún más claramente caudillistas o caciquiles), también se estimulan de forma fingida los valores de renta variable en mercados financieros y bursátiles, en ambos casos bajo el mensaje de que el crédito llegará a los ciudadanos y que ello protegerá su riqueza, cosa que hará pero de forma artificiosa.

    Y finalmente depreciará, también forzadamente, el euro, con la cantinela de las ventajas que ello tendrá para nuestra balanza comercial y por cuenta corriente.

    En todos los casos, esos efectos harán que se eviten o impidan las reformas y ajustes internos que son precisos y necesarios porque en el pasado no se acometieron y también se actuó de forma equivalente, perpetuándose los malos sistemas, organizaciones e instituciones económicas que producen nuestros desajustes de productividad, eficiencia, competitividad, calidad, organización, excesos de costes totales de factores... o como quiera decirse.

    La estabilidad de precios es deseable porque sólo en ese marco los precios relativos cumplen con su función de asignar tanto los productos y servicios como los factores productivos de la forma más eficiente y rentable, descubriendo con gran exactitud dónde se encuentran las necesidades y carencias y dónde los excesos; dónde las oportunidades reales o dónde languidecen o despuntan las tecnologías y el conocimiento. Cosa imposible para cualquier burócrata o dirigente.

    En un ámbito donde el poder adquisitivo del dinero -es decir, su valor- se altera de continuo, por poco que parezca, esa función de los precios, así como la función misma del dinero, quedan completamente distorsionadas y las decisiones de los agentes, sus planes, la formación de sus expectativas, el descuento, previsión o cálculo del futuro, la incertidumbre y los riesgos, etc., quedan distorsionados, en mayor o menor cuantía según sea la magnitud, duración y calibre de tales intervenciones.

    Puede que el sector privado mantenga la reducción de sus deudas y obligaciones, evitando aumentarlas. Pero los estímulos contrarios a los que son sometidos por las autoridades, reproduciendo defectos y vicios del pasado, trastocarán sus planes. En todo caso, si tan favorables son inflación, subida de la deuda pública y reducción de intereses, aumento del crédito y depreciación del euro, ¿por qué no inyectar no 1,17 sino 117 billones de euros o más?