Cristina Kirchner juega a los detectives
- Un Gobierno que desampara a un fiscal genera temor en la sociedad
Asesinato o suicidio, la muerte del fiscal Alberto Nisman ha colocado al Gobierno argentino en una posición de extrema debilidad. El Estado, por acción u omisión, está bajo sospecha. Una gran parte de la sociedad desconfía del Ejecutivo ante la muerte del fiscal que se disponía a declarar contra Cristina Fernández de Kirchner en la Cámara de Diputados. Más aún con un oficialismo que rinde culto al pensamiento conspirativo.
Lo ocurrido ha agitado una opinión pública ya tensa por una inflación galopante y las denuncias de corrupción. En el tramo final de su último año en el poder, la presidenta acusa un gran desgaste.
Cristina no puede ser considerada, todavía, una encubridora de los funcionarios iraníes acusados del atentado contra la AMIA. En todo caso el mensaje intimidatorio es claro: "Nisman se enfrentó al poder y ahora está muerto".
Encargado de investigar el mayor atentado terrorista de la historia argentina, una bomba en un centro judío en Buenos Aires que acabó con la vida de 86 personas en 1994, Nisman había anunciado que acusaría formal y públicamente a Cristina de negociar en secreto con Irán la impunidad de ciudadanos iraníes implicados a cambio de ventajas comerciales.
Sin embargo, casi 12 años de kirchnerismo han mostrado su interesada y muy parcial visión de la realidad. En esta última semana las afirmaciones de un Ejecutivo golpeado por las denuncias del fiscal, primero, y su muerte, después, con frecuencia resultaron desmentidas de forma inmediata.
Las contradicciones de Cristina
La gobernante ha pasado a autodeclararse víctima del fallecimiento del fiscal. Con opiniones más propias de señora paranoica que de un jefe de Estado ha impedido toda transparencia para esclarecer los hechos.
Cristina, convertida en comentarista desde su página de Facebook y solo posteriormente por cadena nacional, daña la imagen de Argentina y la percepción de solvencia de su liderazgo. Para colmo niega sus contradicciones y acusa a la oposición de tergiversar sus palabras.
Los desastrosos comentarios de la presidenta en la web son reflejo de las resoluciones que adopta su equipo en un contexto donde todo vale. Y lo peor es que no existe ningún tipo de filtro institucional a la hora de comunicarlas. Cuando hay mayor necesidad de respuestas la jefa del Estado solo ofrece contradicciones, incorrecciones e hipótesis temerarias. Ante una opinión pública atemorizada continúa el pulso entre el régimen populista y la prensa crítica.
Un Estado clandestino que muestra su lado más oscuro y la confirmación de que en el proceso de decisión de las políticas oficiales puede ocurrir cualquier cosa paraliza las inversiones y el funcionamiento de los mercados de capitales. Los bancos temen recibir un nuevo ataque del Ejecutivo para desviar la atención de la opinión pública hacia un nuevo culpable. La oferta de préstamos se detiene.
Aumenta la confusión entre las numerosas multinacionales todavía existentes en el país pese a la autarquía financiera para comprender el contexto político.
La mandataria no insultó ni descalificó a Nisman antes de su muerte, pero mandó hacerlo a sus portavoces. En todo caso, lo autorizó horas antes de su presentación en la Cámara lo que bien pudo afectar su ánimo. El Estado no lo custodió como debía.
Crece la desconfianza en Argentina
Un gobierno que desampara a un fiscal además de generar temor en las empresas produce miedo en el conjunto de la sociedad. Si un funcionario público pierde la vida por investigar a los más altos miembros del gobierno, ¿qué le espera al ciudadano común? ¿Habrá a partir de ahora jueces que se atrevan a enfrentarse al poder?
La desconfianza de los propios argentinos y del mundo se ha multiplicado. Más miedo, menos crédito y menos consumo son solo algunas de las consecuencias de la debacle de la credibilidad interior y exterior. Argentina necesita un política exterior más responsable y equilibrada. En particular en lo relativo a la lucha contra el terrorismo internacional.
Las investigaciones se realizan en el marco de un Estado bajo sospecha. Para evitar abusos y violaciones de derechos se requiere asimismo la transformación de los servicios de inteligencia. Otra tarea pendiente -una más- de la democracia argentina que no supo modificar prácticas autoritarias heredadas del pasado.
La presidenta Cristina Fernández de Kirchner reentregará el poder en diciembre dejando una Argentina arruinada y hundida. El daño hecho a la sociedad argentina es incalculable. Y lo peor es que la urgencia de resolver los dilemas macroeconómicos palidece en comparación con la tarea de recomponer el maltrecho entramado institucional.
Marcos Suárez Sipmann, analista de relaciones internacionales.