Podemos en manifestación
Manifestarse es influir en la política, no hacer política; lo que hace falta son programas claros.
La manifestación que hoy celebrarán los militantes y simpatizantes de Podemos entre Cibeles y la Puerta del Sol pretende dar visibilidad, plasmar y cristalizar los apoyos prestados a esta organización por sus seguidores, con la pretensión de representar una opción política progresista de masas y con voluntad totalizadora. Según Pablo Iglesias, el alarde de hoy debería convencer a la opinión pública de algo que no le será fácil demostrar: que los grandes actores políticos antagónicos de este país ya son sólo, de hecho, Podemos y el Partido Popular. Como estrategia de comunicación, este objetivo es inteligente, pero también arriesgado ya que se fijan expectativas muy altas, que podrían dar lugar a una gran frustración.
Algunos actores de Podemos han explicado también que la manifestación habrá de servir para contrarrestar las pretendidas campañas de la casta contra los líderes de la organización, acosados con alusiones a ciertos manejos financieros o a determinados adornos en los currículos? Malamente se podrán rebatir los hechos sólo con ejercicios de solidaridad o de apoyo si no se aportan pruebas y explicaciones que desmonten unas acusaciones, que parecen tener apoyaturas objetivas. En cualquier caso, es lógico que quienes se presentan a sí mismos como apóstoles de una regeneración moral sean escrutados con especial intensidad.
La movilización previa al acto de hoy ha sido intensa y se ha recurrido a diversas técnicas de economía colaborativa para consolidar la convocatoria y organizar físicamente el encuentro: se han creado redes de solidaridad para compartir viajes a Madrid y para alojar en la capital a los foráneos que llegan a manifestarse; se ha recurrido al crowdfunding para fletar autobuses? Con estos cuidados preparativos, es fácil prever que la manifestación de hoy encontrará un eco al menos comparable al que lograron las manifestaciones de indignados que colmataron el centro de Madrid a partir de 2011. Y como entonces, es de imaginar que la marcha tendrá, además de su intención política, otra vertiente lúdica y festiva. En cualquier caso, el recuento que se obtenga será poco expresivo en términos políticos: aquí ya se sabe que una cosa es manifestarse y otra votar.
El propio Iglesias ha señalado que esta concentración de hoy no va contra nadie en concreto, ni reivindica una opción ideológica definida. Será una simple expresión de presencia, un gran acto de afirmación, un aviso a navegantes previo al aterrizaje de Podemos en la política concreta, que tendrá su reflejo en los cuatro hitos electorales -cinco, si se considera que el 24 de mayo se celebran dos elecciones, autonómicas y municipales- que nos aguardan en este 2015. Y esta aparente neutralidad de partida es inquietante, porque contiene un ingrediente adánico que genera desazón. Porque parece que lo que se quiere decir es que lo que ya existe -ese Estado potente y bien reglado, con sus pequeños fallos pero con un rendimiento magnífico- no sirve, y hay que empezar desde cero a construir no se sabe bien qué edificio político de nueva planta, del que habrán de ser excluidos y arrojados a las tinieblas exteriores los viejos habitantes de la ciudad, al tiempo que se desmantela el gran edificio institucional que nos ha traído hasta aquí.
A este respecto, los primeros pasos de Syriza en Grecia tampoco resultan tranquilizadores. De entrada, la formación de izquierda radical ha pactado con un desagradable partido de izquierda radical abiertamente nacionalista y antieuropeísta que presume de homofobia y que se manifiesta xenófobo; a continuación, Tsipras ha formado un gobierno sin mujeres, inimaginable en cualquier otro país occidental; y su primera pulsión internacional ha sido de apoyo a Putin, un autócrata nacionalista rodeado de una plutocracia corrupta y que, como ha escrito, José Ignacio Torreblanca, "preside un país con desigualdades sociales sangrantes, se apoya en la iglesia ortodoxa y persigue a homosexuales y periodistas". ¿Alguien puede pensar todavía que Putin es de izquierdas?
Las manifestaciones son expansiones sentimentales: se sale a la calle para mostrar un estado de ánimo, una repulsa, una adhesión. Las elecciones democráticas son en cambio construcciones racionales: se expresa afinidad a una idea, a un proyecto. Y el futuro de este país tiene que diseñarse mediante citas electorales que den rienda suelta al ejercicio de la soberanía, y no a través de apelaciones líricas e instintivas.
Manifestarse es influir en la política, pero no hacer política. Y aquí lo que hace falta es el arrojo de conducir el futuro con mano diestra y programas claros en un mundo que nos permite apenas el manejo de unas cuantas variables (las demás están predeterminadas) y en el que todavía rigen unos sólidos principios democráticos que no están, por fortuna, en revisión.