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Transparencia: la 'glasnost' castiza



    Ha entrado en vigor la ley de Transparencia, Información Pública y Buen Gobierno. Solo con esa fórmula de cierre, buen gobierno, parece como que ya todo viniera a resolverse. Se trata de una norma sobre transparencia de los actos públicos, una ley de glasnost (transparencia) castiza para acristalar la Administración, la consagración legal del escaparatismo de la política y de la acción pública.

    La sociedad en su conjunto, mirando el escaparate de la acción del Estado, podrá decidir si le parece una boutique de lujo, una mercería de baratillo o incluso una vitrina del barrio Rojo de Amsterdam, entre otras variadas posibilidades, naturalmente. Como los jubilados que miran las obras a través de las vallas, los contribuyentes podrán ejercer el voyeurismo administrativo con todas las de la ley, sin tener que mirar por inquietantes agujeros de perspectivas siempre parciales.

    Ahora mismo, en las democracias modernas, lo público se hace cada vez más público. Y al mismo tiempo, lo privado se hace cada vez más privado. En las democracias avanzadas, los secretos oficiales se restringen mucho y repentinamente casi todo debe ser transparente. Al mismo tiempo, los datos personales se han convertido en el castillo interior de cada uno, en la fortaleza que se defiende y se refuerza con el derecho a la intimidad y la privacidad.

    Esta tensión entre lo público y lo privado ha existido siempre. Pero ahora la tensión se sitúa entre lo que debe ser publicado y lo que debe ser privativo. Las primeras estadísticas, los censos fiscales o militares, eran un monopolio del Estado, del señor feudal o del César, es decir, eran secretas porque eran estatales. Pero hoy son públicas precisamente por lo mismo, porque son estatales. Lo que hoy vemos con naturalidad, ese compromiso formal y casi ritual de "guardar secreto" -así se dice- de las deliberaciones de los Consejos de Ministros, se transformará mañana, quizá, en el derecho esencial de los ciudadanos a conocer tales deliberaciones y los Consejos serán televisados, como se hacen las sesiones parlamentarias hoy, secretísimas en épocas pasadas no tan remotas.

    Parece lógico que ahora todo lo público tenga que ser transparente y lo privado opaco y protegido. Porque éste es el momento de la historia en que los conflictos y las amenazas se convierten en colectivas. El terrorismo internacional, la criminalidad organizada, el riesgo atómico, las crisis económicas son ya globales y afectan a toda la humanidad en su conjunto. Así que el individuo ya no vale nada aisladamente y puede protegerse y hasta esconderse e incluso desaparecer bajo el manto aparentemente protector del derecho a no revelar sus datos personales porque eso no le liberará de la catástrofe común. Por otra parte, que la actividad pública sea cada vez más transparente confirma que, en todo el mundo civilizado, la política ya no es más que los políticos mismos bajo la mirada escrutadora de espectadores anónimos, celosos de su privacidad que, a solas consigo mismos y sus datos personales, contemplan de forma transparente la mundialización de sus problemas... y la retransmisión de la política.

    Juan Carlos Arce, profesor de Derecho del Trabajo y Seguridad Social.