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El debate constitucional: un problema que no puede resolverse con una simple operación cosmética



    En este trigésimo sexto aniversario de la Constitución está apareciendo un incipiente debate acerca de la reforma del texto de 1978. Los comentarios y rifirrafes tertulianos abundan profusamente en torno a los contenidos de tal o cual Título o artículo reformables. Sin embargo tal dedicación conduce, me temo, a la melancolía que producen los esfuerzos inútiles. Me explico.

    El debate antes referido se circunscribe a los elementos formales que deben ser reformados; es lo que podríamos denominar Constitución formal. Sin embargo, y siguiendo a Kelsen, hay un aspecto denominado Constitución material que hace referencia a dos realidades: el proceso social en la creación de normas jurídicas generales y las relaciones de la ciudadanía con el control estatal; es decir la base económica, social y política sobre la que se sustenta la Constitución formal.

    En ese sentido cobran actualidad las palabras de Trasímaco a Sócrates cuando aquél le dice a éste último que la Ley representa, en última instancia, los intereses del poder, el cual sabe convencer a la mayoría de que la legalidad representa y conviene a todos. La respuesta de Sócrates es de plena actualidad cuando precisa que, muchas veces, el Poder no puede cumplir su propia legalidad.

    Cuando Constitución formal y material entran en conflicto, estamos ante un problema que no puede ser resuelto mediante una simple operación cosmética sino con un nuevo proceso constituyente en el que la base material del mismo sea una nueva mayoría y sus intereses. Hace unos años le preguntaron a Miguel Roca, uno de los llamados padres de la Constitución, si no entraban en contradicción determinados preceptos constitucionales referidos a los derechos de los trabajadores con la política emanada de la UE.

    Roca contestó que los contenidos constitucionales se habían escrito porque la Revolución de los Claveles (1974) estaba demasiado cerca de 1978 pero que ya era hora de que las aguas volvieran a su razonable cauce. Está claro.