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La Constitución inútil: está repleta de contenido olvidado e incumplido

  • La reforma del artículo 135 en 2011 invalida artículos enteros del Título I


Una de las características más acusada del neoliberalismo globalizador reside en la imposibilidad de desarrollar, cumplir y aplicar los textos jurídicos sobre los que asienta nuestra civilización occidental: los DDHH y las distintas constituciones nacionales. Es más, ese proceso está llegando a un punto en el que el retorno implicará un grave riesgo de ruptura violenta con el sistema.

La filosofía que ha informado la UE (especialmente en Maastricht), las decisiones de la Organización Mundial del Comercio, el Fondo Monetario, el banco Mundial o la OCDE están llegando al paroxismo en el subrepticio Tratado de la ITTP. Pero es aquí, en nuestro país, donde el proceso se inició hace tiempo.

La Constitución de 1978 es del tipo abierta, es decir que, por ejemplo, en el tema económico permite tanto la economía de mercado como la planificación (artículo 38) sin indicar si ésta puede ser vinculante o indicativa. El desarrollo de los tratados internacionales ha sesgado totalmente lo anterior.

Arrojados a la papelera

Mención especial merecen los artículos 128, 129, 130 y 132, todos ellos arrojados a la papelera por mor de legislaciones internas y foráneas que están en abierta contradicción tanto con la letra cono con el espíritu del texto. Ni que decir tiene que la alevosa reforma constitucional del artículo 135, hecha en 2011 por el bipartito, invalida artículos enteros del Título I.

La filosofía progresiva de la fiscalidad, el carácter vinculante de los convenios colectivos, la posibilidad de la iniciativa pública en la economía, etc. son contenidos totalmente olvidados e incumplidos. Esta incapacidad de los actuales poderes públicos de cumplir y hacer cumplir la Constitución, sitúa al llamado Estado de Derecho en el limbo de las quimeras.

Lo que ocurre es que cuando eso llega a ese extremo, la selva (con ordenadores, índices bursátiles y "modernidad") da paso a la otra, la de la ley del más fuertemente violento y el imperio del antiderecho. Ahí estamos por mucho que los disfraces del status quieran velarlo.