Los peligros de la tercera recesión
Una coyuntura dominada por el pánico es muy poco favorable para la economía española.
Caídas generalizadas de las cotizaciones de las Bolsas europeas, dificultades en la subasta de títulos del Tesoro, incremento de los tipos a largo plazo, revisión a la baja de las previsiones de crecimiento económico de las principales economías, disminución de las exportaciones españolas, caída de los precios del crudo ante la disminución de la demanda mundial, o dudas sobre los resultados del rescate a la economía griega son algunas de las noticias que nos han invadido en los últimos días.
En este contexto, han surgido temores sobre la posibilidad de estar asistiendo a la tercera recesión desde que empezara la crisis. Es cierto que llevábamos ya un tiempo con síntomas evidentes de debilitamiento, pero es verdad que era difícilmente previsible una acumulación de datos tan negativos como los que se han producido y una reacción tan profunda de los inversores, buscando refugio en mercados y productos con menor riesgo asociado, como la renta fija de Alemania o Estados Unidos. Esta reacción no es sino la consecuencia de un temor generalizado de dichos inversores a un entorno dominado por la incertidumbre.
Probablemente, se está sobrerreaccionando o dicho de otro modo, no parece que la realidad haya cambiado de manera tan radical para explicar los últimos acontecimientos. Aunque esto pueda ser cierto, no nos podemos olvidar que la economía es tremendamente sensible a las expectativas y las percepciones, máxime en un mundo como el actual dominado por la libertad en el movimiento de capitales y la facilidad que proporcionan las tecnologías actuales.
Una coyuntura dominada por un cierto pánico como el que se ha generado en los últimos días es muy poco favorable para la economía española en unos momentos que llevaba acumulando varios trimestres de crecimiento económico y con una ligera mejoría, todavía mucho más macro que micro, de los niveles de desempleo. Sin embargo, en un entorno tan interdependiente como el actual es tremendamente complejo que una economía abierta como la nuestra, y de un tamaño como el que nos caracteriza, pueda comportarse de manera independiente al del ciclo de las grandes economías del mundo. En este sentido, y aunque se ha producido un fenómeno de progresiva diversificación de nuestro comercio exterior, todavía nuestra dependencia de los mercados maduros de la UE, especialmente Alemania y Francia es muy elevada, lo que significa que cualquier enfriamiento de estas economías nos va a repercutir de manera inmediata. Adicionalmente, si a las dificultades de acceso a la financiación a la que deben hacer frente nuestras empresas, especialmente las pequeñas, se le añade una prima de riesgo al alza, con niveles próximos a los de hace año y medio, el panorama no deja de ser preocupante.
Ante esta situación, de nuevo surgen voces demandando unas políticas más expansivas tanto en el terreno monetario como en el fiscal. Es verdad que en el ámbito de la política monetaria, los tipos de interés fijados por el Banco Central Europeo son ya los más bajos de su historia. Otra cosa es que las empresas puedan beneficiarse de esa bajada de tipos en sus relaciones con las entidades financieras. Por supuesto que también existe margen para una política más de cantidades que de tipos, lo que especialmente podría concretarse en compra de deuda pública de los países miembros. En cualquier caso, la efectividad de estas medidas sigue estando condicionada por las expectativas y si éstas no mejoran, la efectividad de la política monetaria siempre será limitada.
Es cierto que no parece que las medidas de extrema disciplina y austeridad hayan servido para recuperar una senda de crecimiento. Particularmente, nunca me ha gustado el concepto de austeridad aplicado a la política económica, especialmente a la política fiscal. Creo mucho más en el concepto de rigor que en el de austeridad. En cualquier caso, las dificultades de buen gobierno de la UE se vuelven a poner de manifiesto en la situación actual, con países como Francia, con claros incumplimientos en el ámbito de las cuentas públicas, con situaciones que nos recuerdan a lo que vivimos hace algo más de una década con Alemania y la propia Francia. Al final, la difícil gobernanza de la Unión Europea viene también muy condicionada por las asimetrías de los países y como consecuencia por las diferentes necesidades y enfoques de política económica.
La situación es todo menos sencilla. Los países europeos llevan demasiado tiempo en un marco de estancamiento. En el caso español, esto se ve agravado por una situación difícilmente sostenible en el mercado de trabajo. Da la sensación de que al final estamos ante un problema muy profundo, eso que suele llamarse estructural, aunque lamentablemente el concepto se haya pervertido un poco, que no lo van a solucionar políticas coyunturales y de corto plazo. Probablemente, sea el momento de asumir que nos enfrentamos ante un escenario nuevo y que requiere de enfoques y planteamientos distintos, porque las recetas y fórmulas tradicionales ya no valen.