Modelo productivo y productividad
Desde mediados de los noventa la productividad del trabajo se encuentra en declive en comparación con el entorno, lo que, como todo problema acumulado, nos hace más vulnerables frente a una próxima recesión, si la hubiere.
Al contrario de varios países, mientras en períodos de expansión ha tenido un comportamiento muy pobre, en éste de larga crisis ha sido más favorable (ver EU KLEMS, período 2007-2011 y Eurostat, 2013).
Esta paradoja se explica con un ejemplo. En los de la burbuja inmobiliaria, algunos cuestionaban la inversión en I+D, determinante fundamental de la productividad. El razonamiento era, más o menos: "¿Para qué hacerlo con todo el PIB que obtenemos sin apenas I+D?" De igual forma, desde 2007 registra un aumento continuo de la productividad, pero a costa de un enorme aumento del desempleo y de reducciones salariales.
Este comportamiento atípico se explica, sobre todo, por el "modelo productivo" que hemos tenido desde décadas, con un peso alto de sectores de escaso valor añadido, como la construcción residencial y algunos servicios para el consumo. Así, cuando el PIB ha crecido intensamente, la productividad se ha reducido al basarse el crecimiento en dichos sectores.
En cambio, en la actual recesión, se produce fuerte destrucción del empleo y, en consecuencia, una evolución al alza de la productividad. Muchos menos ocupados para algo menos de PIB, o, dicho de otra forma, se produce casi igual con mucha menos gente, cuando lo ideal sería producir más con la misma gente. Evidentemente, es una obligación mejorar nuestra competitividad, pero no es tan bueno si la mejora se basa en reducciones de empleos y salarios, y escasamente por la incorporación de nuevas tecnologías de fabricación, el abaratamiento de costes (de energía, electricidad, etc.) o la reducción de gastos improductivos aprovechando las nuevas tecnologías.
Es fácil decir que es necesario un "cambio de modelo productivo", redistribuyendo la importancia relativa de los sectores a favor de los que generen más alta productividad. Ponerlo en marcha es más difícil. Y aquí han de implicarse todos los agentes económicos: empresas y gobierno. Como en cualquier país avanzado, los gobiernos pueden coadyuvar para mejorar la asignación del mercado mediante políticas incentivadoras. Por ejemplo, incentivar a las empresas a invertir en sectores industriales pésimamente regulados para proteger a determinados grupos, o incorporar tecnología en sectores tradicionales con una fiscalidad favorable a la I+D.
Un ejemplo esclarecedor son los datos de la Contabilidad Regional publicados por el INE (diciembre 2013), que ponen de relieve en qué medida el modelo productivo sesga hacia un lado u otro el aumento y nivel del PIB. Las regiones con mayor peso de la Industria y menor exposición al "ladrillo" han sorteado mejor la crisis. El País Vasco y Navarra, las dos primeras en Renta Disponible por habitante, tienen, con diferencia, las menores tasas de paro (10 puntos porcentuales menos en el caso del País Vasco), con un peso del sector industrial del 25 y 28,2%, respectivamente, frente al 15,9% en España, y un peso de la construcción también menor.
Esto ha sido posible con gran esfuerzo innovador, durante años, de sus empresas, apoyadas con políticas relativamente baratas pero efectivas a medio y largo plazo: desde incentivos fiscales para modernizar maquinaria industrial en pymes hasta la gestación de proyectos de alta tecnología. Hablar de Industria en estas regiones es hablar de ámbitos como nuevas energías, biotecnología, nanotecnología y otros han transformando la industria tradicional. Sin esa transformación vienen los problemas, también en estas comunidades.
Un análisis detallado sobre cómo se llevan a cabo estos procesos requeriría una mayor extensión. Pero hay un cúmulo de evidencia sobre la importancia de ciertas políticas públicas. Pocos cuestionarán que las empresas con incentivos a la I+D, de cualquier tamaño y sector, obtienen después crecimientos mayores de la productividad y crean empleos más estables y cualificados respecto a los destruidos.
Se han dado pasos adelante en el saneamiento del sector financiero y varios aspectos de la reforma laboral, pero tras seis años de crisis, no nos dejemos llevar por un optimismo basado en la inercia de tocar fondo y aparecer "brotes verdes", sino en la capacidad de todos los agentes económicos de avanzar en la solución de problemas acumulados en nuestra estructura productiva. El comportamiento que tenga la productividad nos indicará hacia qué tipo de recuperación nos estamos dirigiendo.
Juan Rubio Martín, Profesor y Doctor en Economía. Universidad Complutense. Experto en Economía de la Sociedad de la Información.