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"Ciudades salvavidas"

    Foto: Archivo


    E l desastre provocado en los últimos días por el tifón Haiyan en la región central de Filipinas, la devastación generada por el tsunami del Índico en 2004 o el terremoto que asoló Haití en 2010. Todas estas catástrofes han sido calificadas de categoría tres, la más alta según la Organización Mundial de la salud por sus terribles consecuencias materiales y humanas.

    A simple vista, podría parecer que dadas las condiciones geográficas y climatológicas de nuestro territorio, estamos todos muy lejos de sufrir catástrofes como estas. Pero sin embargo, hechos como el terremoto que experimentó Lorca hace un par de años, las inundaciones que viven de forma sistemática regiones costeras o el pequeño seísmo que se vivió en Alcorcón hace un par de semanas, nos demuestran que no podemos estar más lejos de la realidad.

    Ante esto, deberíamos preguntarnos si realmente estamos preparados para afrontar de la mejor forma posible este tipo de situaciones, si contamos con los medios necesarios para proteger el buen funcionamiento de nuestros hospitales, básicos en casos de emergencia; para proteger la cantidad ingente de información que almacenamos en nuestros centros de datos y que permiten nuestra actividad diaria o algo tan básico como la luz de nuestros hogares.

    Megacatástrofes

    La Estrategia Internacional para la Reducción de Desastres Naturales de Naciones Unidas (UNISDR) subrayó que, aunque no ocurrieron "mega catástrofes" en 2012, este fue el tercer año consecutivo en el que las pérdidas por fenómenos naturales superaron los 100.000 millones de dólares. Si hacemos una comparativa de los últimos 20 años, el número de catástrofes producidas por la naturaleza se ha duplicado y son culpables de la muerte de más de 1,3 millones de personas. Está claro que no podemos evitar las catástrofes naturales, pero sí está en nuestra mano utilizar nuestros conocimientos y tecnología para proteger mejor nuestras infraestructuras y mitigar así, las consecuencias de situaciones como estas. Ahora más que nunca, las ciudades deberían invertir de manera eficiente, mientras reducen al mínimo los riesgos y los hacen calculables. Y la clave la encontramos en las infraestructuras resilientes, que han dejado de ser una opción para convertirse en una necesidad.

    Si miramos en un diccionario, la resiliencia es la capacidad de las personas, las organizaciones o los sistemas para dar respuesta y adaptarse a los cambios o amenazas. El objetivo es garantizar la continuidad de la prosperidad económica, la calidad ambiental y el bienestar humano a pesar de los peligros externos. Según el "Manual de Ciudades Resilientes", elaborado por Siemens junto con la Asociación del Plan Regional (RPA) y la consultora Arup, la tecnología es un componente clave para la protección de las infraestructuras. La inversión en una mejora de la planificación y el mantenimiento de éstas y la apuesta por una reestructuración de los edificios consigue reducir los posibles daños, lo que: incrementa la productividad, crea un lugar más seguro para vivir, ayuda a ahorrar miles de millones de euros y, lo que es más importante, a salvar numerosas vidas. Para conseguir una ciudad resiliente o resistente, deberíamos, entre otras cosas invertir en una arquitectura anti terremotos usando materiales flexibles y maleables, edificios con sistemas de control y gestión de la energía para localizar los fallos y tener un plan de evacuación. Una red inteligente que integre todas las formas de generación de energía para evitar apagones y falta de suministro. Por otro lado, una red de transporte automatizada con un sistema inteligente de control de tráfico que evite los colapsos en las ciudades y sistemas de gestión del agua para garantizar su abastecimiento. Dada la situación económica que atravesamos, quizá podríamos pensar que no es el mejor momento para realizar estos desembolsos, pero deberíamos empezar a verlos no como gastos, sino como inversiones a largo plazo con las que conseguir ciudades más flexibles, con más capacidad de respuesta y, en definitiva, que permitan salvar vidas en caso de emergencia.

    Rosa García, presidenta de Siemens en España