Firmas
Muchos sabían y todos callaban
Lo que se ve estos días prueba que los sindicatos sólo son útiles para sí mismos y sus cúpulas.
Quizá lo más destacable de los asuntos que están llevando algunas actuaciones sindicales a los medios y a los juzgados es que nadie se sorprende por ello, visto lo que hubo. Esas actuaciones han sido de naturaleza corporativa y han tenido que contar con connivencia en el interior de las Administraciones defraudadas. Nada de lo que vamos conociendo se hubiera podido producir de otra forma, como resultado de malévolas acciones individuales.
Salvo los fieles creyentes en los dogmas sindicales, es inevitable que los ciudadanos nos cuestionemos la utilidad que en la actualidad y en el futuro puedan tener unas organizaciones que se superponen a la imprescindible función que para el buen funcionamiento de una empresa tiene la representación organizada de sus propios trabajadores. Esto nadie lo pone en duda; lo que sí puede discutirse es si es necesaria la pervivencia de algo bastante parecido a la extinta Organización Nacional de Sindicatos. Los dos grandes sindicatos que la heredaron -y con los ascensores funcionando- se arrogan, para justificar su pervivencia, la función de ser los representantes de la clase trabajadora. Una misión tan noble y de tal altura que no sólo no puede ser criticada (y mucho menos imputada) sino que ha de ser mantenida por la sociedad.
La realidad es que ya no existen, desde hace mucho tiempo, las clases sociales -propietarios de capital y trabajadores por cuenta ajena- cuyo conflicto fue el motor de la historia para los marxistas. Y aún en el caso de que existiera esa "clase trabajadora" nos encontraríamos con el dilema de saber a quién representan los parlamentarios; quizá a la clase ociosa, por exclusión. No es cierto que en ausencia de grandes sindicatos los empleadores podrían hacer un uso abusivo de su mayor poder de negociación, entre otras razones porque las normas laborales lo impiden. Otra de las justificaciones utilizadas para el mantenimiento de las dos grandes organizaciones sindicales de ámbito nacional en su papel en la negociación colectiva, mediante acuerdos de carácter sectorial o territorial con su contraparte, la organización empresarial, que se supone facilita la fijación de salarios y condiciones laborales a empresas que por su dimensión y capacidad no serían capaces de hacerlo. Pero es difícil de creer que un empresario no sea capaz de establecerlo por su cuenta, por pequeña que sea su empresa; y es todavía más difícil de creer que sus empleados aceptasen, sin más, unas condiciones peores que las que se ofrezcan en otros empleos similares. Y este asunto es trascendente, porque ha dado lugar a una fijación de salarios y condiciones laborales ajena a la realidad de cada empresa y a sus ganancias de productividad. Más bien lo que se ha producido es un desestímulo generalizado a las mejoras de la productividad y eso lo estamos pagando muy duramente durante esta crisis.
Las organizaciones objeto de este artículo son también agentes principales en las políticas activas de empleo, puesto que organizan y ejecutan una gran parte de la formación derivada de ellas, si bien su resultado efectivo parece bastante escaso frente a lo gastado en ello. No hay razón para dudar que todos los cursos se produzcan y justifiquen debidamente o que la selección de los contenidos y de los docentes sea totalmente apropiada. Por eso llama la atención lo sucedido en la Comunidad de Madrid, una vez que ésta ha decidido tener en cuenta la opinión y las necesidades de quienes serán los futuros empleadores para definir qué formación se ha de impartir, con el resultado final de una muy magra adjudicación a los cursos ofrecidos por los sindicatos. Yo, en mi ingenuidad, creía que esa práctica era la generalmente utilizada, por ser la más racional y la que mejor asegura la eficaz utilización del dinero público. Pero parece que no era así.
La verdad es que ya llevamos demasiado tiempo compensando a los sindicatos por su aceptación de los Pactos de La Moncloa, otorgándoles una influencia desmesurada en las decisiones públicas y asegurándoles una mantenencia que no lograrían por sí mismos. Lo que estamos viendo estas semanas es, simplemente, una muestra de la decadencia de unas organizaciones que ya sólo resultan útiles para sí mismas (y para quienes las ocupan), por más que se apoyen en la rememoranza de las conquistas sociales que hicieron sus predecesores o en el padecimiento que sufrieron algunos respetables militantes y dirigentes. Ni siquiera esa pretendida defensa de la clase trabajadora tiene la más mínima sustancia y por ello no causan sorpresa los comportamientos que se están desvelando. Causan pena, en todo caso.