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La sostenibilidad de las pensiones (y II)

    Imagen de Thinkstock.


    Despejada ya la discusión sobre la revalorización de las pensiones, quedaría como elemento de confusión la utilización del factor de sostenibilidad como elemento de transición, bien hacia un sistema de reparto de aportaciones definidas, en vez del actual de prestaciones definidas, bien hacia un sistema mixto que combine con mayor peso elementos de capitalización, o incluso hacia un sistema puro de capitalización completado con un conjunto de prestaciones asistenciales del Estado.

    Las diferentes críticas hacia el sistema español se contextualizan dentro de una crítica general hacia los sistemas de reparto, pero al final lo que viene a señalarse no es la inviabilidad del sistema alemán, belga, francés o italiano, sino del sistema español tal y como está diseñado, hasta el punto de sostener que las reformas paramétricas carecen de capacidad de corrección de los desequilibrios presentes y sobre todo de los futuros. Puede ser cierto que las reformas paramétricas, que se pensaron para abordar el envejecimiento de la población, no pueden abordar a la vez la devaluación competitiva de los salarios, pero si precisamos bajar las pensiones porque hemos decidido reducir las retribuciones, entonces será imprescindible hacer una reflexión de conjunto sobre trabajo y pensiones. Lo que este Gobierno no acepta, porque incidiría en su responsabilidad sobre lo que está ocurriendo.

    Llegados a este punto, sí conviene hacer algunas precisiones. La primera, como Internet nos facilita la vida pero también nos la complica, invito a que los lectores busquen, con toda la malevolencia de la que sean capaces, las afirmaciones de algunos de los actuales miembros de la Comisión de Expertos sobre los Presupuestos de la Seguridad Social en 2012. El que esto firma pronosticaba un déficit del 1% del PIB ya durante los primeros meses del año, cuando algunos de los que ahora desahucian al sistema de pensiones juzgaban aceptables las previsiones del Ejecutivo. Como señalaba Freud, cuan frecuente es el error como forja de la ortodoxia.

    La segunda precisión, el factor de sostenibilidad es esencialmente una culminación de un conjunto de reformas paramétricas y en el ámbito de la gestión. Sinceramente, creo que es una equivocación visualizarlo tan limitado como defienden los miembros del Grupo Consultivo de Reflexión sobre Políticas Públicas animado por Unespa, para los que su única virtualidad es retrasar la edad de jubilación. Estoy algo preocupado por encontrar en la comisión que debe proponer la concreción del factor de sostenibilidad tan numerosos y tenaces adversarios de las reformas paramétricas. Es una comisión de luteranos reformando el dogma católico. Como tercera precisión, si lo que pretendemos es analizar el sistema español de pensiones, no podemos formular una única hipótesis de descalificación (el inmovilismo) y de solución de los problemas (sea la capitalización o las cuentas nocionales), sino que deberíamos, por simple respeto al método científico, analizar diferentes posibilidades y ventajas e inconvenientes de cada escenario. Aquel antiguo aforismo de que no existe nada más doctrinario que un conjunto de científicos de la misma opinión podría ser de aplicación.

    En cuarto lugar, los costes de transición de nuestro modelo hacia otro distinto, por mucho que se relativicen, son abismales. El hecho de que el sistema español parta de diferentes niveles de encuadramiento, y que las cotizaciones efectuadas en los distintos regímenes, que afectan a los derechos de los cotizantes, hayan tenido limitaciones tan dispares, disputan la presunta constitucionalidad de normativas que pretendieran tratar como iguales a quienes han tenido posibilidades tan desiguales de aportación. Cuando se realizó la transición del antiguo sistema hacia el actualmente vigente, estos problemas se resolvieron con reconocimientos de años de aportaciones ficticias, y cuando se han planteado procesos de transición en otros países, se ha exonerado de los mismos a los mayores de una determinada edad (en torno a los 45 años). Si lo abordamos así, y exceptuamos prestaciones como la incapacidad permanente y la viudedad y colectivos enteros, no resolvemos el problema, creamos otro mayor.

    En quinto lugar, al lado del análisis de las debilidades y de las amenazas, por un mínimo sentido del equilibrio, deberíamos exigir una recensión de las fortalezas y de las oportunidades. Tenemos un sistema de pensiones muy eficiente, capaz de implementar medidas con una gran fiabilidad. Nuestras prestaciones no son exageradas, y la capacidad de absorber con reformas legales muy sencillas, dentro y fuera del primer pilar, las modificaciones sociales, de la organización del trabajo y familiares es amplia. Tenemos un colchón financiero muy superior al que disponían los países que realizaron reformas antes que nosotros. Y nuestra situación, con ser muy delicada, cabe suponer que ha de mejorar. Todo ello no excluye ninguna propuesta. Simplemente, no podemos fiarlo todo a arbitrismos. Necesitamos combinar medidas globales con otras puntuales, diseños a medio y largo plazo con programas de actuaciones pensadas para los próximos años, medidas de gestión y de configuración. Y esto excede claramente la discusión sobre el factor de sostenibilidad. Lo que hay que discutir pues no es un polinomio, sino algo diferente, e intentar camuflarlo es una falacia.

    Octavio Granado, Secretario de Estado de la Seguridad Social (2004-20111).