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Chipre, una historia más de la Eurozona



    Chipre, la pequeña isla del mediterráneo con una población inferior a la de Barcelona y cuya extensión es menor que la de la provincia de Murcia, se ha convertido en un foco de tensión en el seno de la UE que pone en peligro, de nuevo, la estabilidad de la moneda única y levanta dudas sobre la capacidad de los políticos y de las instituciones europeas para solucionar la persistente crisis que nos viene asolando desde hace ya algo más de tres años. La isla, o mejor dicho parte de ella, entró a formar parte de la UE en 2004. Chipre es el único país de Europa que se encuentra dividido, desde que Turquía lo invadiera y ocupase una cuarta parte de su territorio. El resto está poblado por una mayoría de origen griego y, de hecho, el país comparte idioma e himno con Grecia.

    Podemos afirmar sin temor a errar el tiro que el problema actual es la consecuencia de la forzada admisión de este pequeño y controvertido país en la UE. Un país con una tan complicada situación geopolítica, en donde se materializa un grave enfrentamiento territorial de un país miembro de la Unión, Grecia, y de otro, Turquía -pretendiente perpetuo a pertenecer al club europeo y socio necesario de los países occidentales-, no debería haber accedido a la UE con tanta facilidad. Aún menos si se hubiese tenido en cuenta la inestable estructura económica del país, que ya tenía en el momento de su adhesión.

    La economía chipriota se ha apoyado en sectores tradicionales como el turismo y los transportes marítimos, pero su palanca de crecimiento ha sido el sector bancario. Con un sistema fiscal excesivamente benigno respecto a las rentas de capital y los grandes patrimonios provenientes del exterior, y con un marco legal que no necesita de demasiados detalles ni explicaciones en cuanto al origen de los fondos que se depositan en los bancos del país, Chipre, ya antes de su incorporación a la UE, venía funcionando como paraíso fiscal y, tras la disolución de la antigua Unión Soviética, una ingente cantidad de fondos fueron a parar al pasivo de los bancos del país.

    La entrada en la UE le confirió a la isla el marchamo de calidad suficiente para que el flujo de capitales se incrementara a marchas forzadas. Los últimos datos conocidos elevaban a casi 68.000 millones de euros el total de depósitos de clientes en los bancos chipriotas, cantidad que si la comparamos con el PIB del país -unos 16.000 millones- es a todas luces excesivo. Es cierto que existen en Europa casos de países con estructuras financieras que, aunque no similares, se aproximan y superan a la de Chipre, como es Luxemburgo. El también pequeño país centroeuropeo, beneficiado igualmente por ventajas fiscales, posee un sistema bancario con un pasivo de clientes que alcanza 264.000 millones en una economía que produce al año un total de alrededor de 39.000 millones.

    Los bancos luxemburgueses, en su mayoría filiales o subsidiarias de grandes firmas bancarias europeas, tienen una larga tradición de gestión financiera y en última instancia dependen de estructuras que no les han impedido en gran medida recibir ayuda de sus respectivos países cuando ha sido necesario -aunque es cierto que algunos de ellos han tenido problemas-.

    Sin embargo, la colosal estructura financiera chipriota se sustenta en entidades que hoy por hoy no han logrado sobrepasar el ámbito local o regional y que pertenecen a un país con una capacidad económica muy reducida. La ligazón entre Chipre y Grecia también se ha visto reflejada en los balances de los bancos de Chipre. Su principal inversión ha sido la deuda pública del país hermano, con una cifra de activos en bonos griegos que llegó a superar los 5.000 millones.

    El error viene de antes

    Pero, como anteriormente apuntaba, el error nace en el momento en que se admite a este país con tan graves desequilibrios políticos y económicos en el seno de la Unión. Al hacerlo no se ha conseguido otra cosa más que aumentarlos. Se sabe que su aceptación vino forzada por las exigencias griegas, que amenazó con vetar a los nuevos países del este de Europa si no se incorporaba a Chipre. En cualquier caso y una vez cometido el error, los dirigentes europeos no pueden hacer otra cosa más que aceptarlo y afrontar sus responsabilidades. Lejos de ello, lo que estamos presenciando es un lamentable espectáculo de irresponsabilidad, ineptitud o ambas a la vez.

    Los dirigentes de Europa, y a la cabeza de ellos la Comisión Europea y Alemania, se olvidan de que todos formamos parte de una unión monetaria. Compartimos divisa y banco central y nos hemos comprometido a la libre circulación de capital y a garantizar los depósitos bancarios hasta 100.000 euros.

    Es cierto que una pésima gestión de los bancos en Chipre, igual que nos ha pasado en España con gran parte de las cajas, los ha llevado a la quiebra, pero la peor respuesta que se podía haber dado es la que se eligió: la confiscación de una parte de los depósitos bancarios. No sé si alguna vez conoceremos con detalles los motivos que llevaron a considerar esa posibilidad, pero lo sepamos o no pasará a la historia como una de las decisiones más nefastas en la historia de Europa.

    En la historia económica mundial son contadas las ocasiones en que se ha recurrido a gravámenes de capital para solventar problemas de deuda nacional, la mayor parte de ellas han sido después de una guerra o una catástrofe, los casos más cercanos se llevaron a cabo tras la Primera Guerra Mundial, pero nunca antes se había utilizado un gravamen de este tipo sobre depósitos bancarios para rescatar a bancos quebrados. Sin embargo, lo que es aún más chocante es que esta excepcional y extraña medida sea considerada dentro del sistema monetario de la segunda potencia económica del planeta. Que a nadie le extrañe que la desconfianza resurja, y no precisamente por el estado de salud de la economía europea, sino por la incompetencia de sus dirigentes.

    Miguel Ángel Rodríguez, analista de XTB.