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Europa, la integración necesaria



    El Eurogrupo lanza algunas tímidas señales de optimismo. Parece que, aunque la crisis persiste, se ha cruzado un Rubicón que deja atrás la mayoría de los negros presagios y alienta una cierta luz en el horizonte. Se constata que el euro no se rompe, que Europa remonta el vuelo sin renunciar a la moneda única, que los mercados se normalizan poco a poco y vuelven a manifestar cierta confianza. España, por su parte, se agarra a este asidero para tratar de superar el generalizado pesimismo que es en sí un lastre para la recuperación (ya se sabe que la economía es, ante todo, un estado de ánimo).

    Se anuncian veladamente luces en el horizonte remoto, aunque de momento los datos no nos acompañan. Estamos oficialmente al borde de los seis millones de parados y hemos alcanzado el 26,02% de tasa de desempleo. En EEUU el desempleo está por debajo del 8% y sus ciudadanos viven conmocionados por una situación laboral que consideran insostenible. Además, nuestro sector exterior, que ha impedido una caída aún mayor de la actividad, lanza algunas señales de alarma ante la recesión europea, el estancamiento alemán y la creciente fortaleza del euro.

    En realidad, los únicos datos positivos que figuran en nuestras expectativas son los del déficit. Tanto De Guindos como Soria han manifestado ya oficiosamente que España habrá conseguido reducir en más de dos puntos el déficit público a lo largo de 2012, y aunque no se conseguirá cumplir el objetivo del 6,3% del PIB, Europa tendrá que reconocer la proeza, conseguida en plena recesión, lo que nos devolverá en parte la confianza de los mercados. Frente a este buen resultado, el futuro sigue apareciendo negro: el FMI acaba de pronosticar para este año que la recesión se acentuará hasta el 1,5% del PIB y que sólo en 2014 saldremos de las cifras negativas. Esto significa que el desempleo seguirá aumentando, no se sabe hasta qué cota.

    Empieza a parecer que la sociedad española es tan elástica que lo soporta todo, y es una impresión equivocada: estamos al límite de la resistencia, y constituye una temeridad seguir presionando porque puede haber un estallido social. Con los datos macroeconómicos ya conocidos, España tiene autoridad moral para exigir en Bruselas un nuevo aligeramiento de las condiciones de convergencia y más medidas para abaratar el coste de la deuda, de forma que cesen algunas constricciones de la economía y puedan comenzar a implementarse algunas políticas activas que abonen el crecimiento.

    Si se mitiga la presión será posible empezar a cavilar y a tomar decisiones sobre el modelo de desarrollo que debe adoptar este país. Los síntomas esperanzadores mencionados, unidos a la inminencia de las elecciones alemanas cada vez más próximas, han frenado súbitamente la tendencia integradora que Berlín ha mantenido constante hasta ahora. Se ha consumado la unión bancaria, pero hay mucho terreno que recorrer todavía en la unión política, que interesa sobre todo a los países como España, que necesitan la solidez de un Eurogrupo cohesionado, capaz incluso de mutualizar su deuda para ahorrar costes financieros y hallar recursos baratos para crecer.

    Nos gustaría ver como Rajoy, apoyado en Francia e Italia especialmente, empieza a dar esta batalla en Europa. Las elecciones alemanas no deben ser una losa para nuestro crecimiento. No podemos resignarnos a que este país entre en descomposición, se destruya por consunción la capacidad productiva instalada hoy ociosa y tengamos que reconstruir el edificio de nuestra economía desde los cimientos. Ya se sabe que la batalla será difícil, porque Merkel se aferra a la ortodoxia más descarnada, pero así y todo debe darse: está en juego la calidad de vida y el futuro a corto plazo de una fracción muy sustancial de nuestra sociedad.

    Antonio Papell, periodista.