Firmas
El peligro de las ideas preconcebidas
Tanto las causas que provocaron la Gran Depresión que se desencadenó en 1929 como sus consecuencias, mutatis mutandis, son bastante similares a las de la crisis financiera que se desató en 2007 en Estados Unidos y que se contagió como la peste negra a los países ricos occidentales, especialmente a Europa. La de 1929 perduró como mínimo 15 años; respecto a la originada en 2007, después de cinco años no se vislumbra el menor signo de recuperación. En contra de la actual, aparte de otros factores, juega un papel de capital importancia el excesivo gasto público, imposible de financiar con los ingresos corrientes del Estado. Esto es especialmente cierto en Europa y, por lo que a nosotros nos concierne, sobre todo en el caso español. Lo que constituye un terreno especialmente abonado para el florecimiento de la incertidumbre y la falta de confianza.
En 1981, Karl Brunner (1916-1989) editó un libro titulado The Great Depression Revisited, un volumen en el que se recogían trabajos de los mejores estudiosos del tema tanto del ámbito de las explicaciones monetarias como de aquellos que se fijan en las causas no monetarias. Sin embargo, tal vez los trabajos más clarificadores sean los del propio Brunner y el de Allan H. Meltzer (1928). Sin embargo, no se llega a ninguna conclusión definitiva. Las ideas preconcebidas y los prejuicios de cada una de las escuelas en liza explican la falta de acuerdo en la depresión de entonces y siguen siendo un fiel reflejo de lo que está ocurriendo ahora.
Los defensores de la teoría cuantitativa del nivel general de precios -prefiero denominarlos así a referirme a ellos como monetaristas- se aferran al supuesto excesivamente fuerte de la constancia de la demanda de dinero. Es cierto que la evidencia empírica confirma que a lo largo del tiempo la demanda de dinero se mantiene constante. Pero no es menos cierto, como puso de manifiesto J. M. Keynes, que "en el largo plazo esto es probablemente cierto?. Pero este largo plazo es una guía engañosa para los negocios corrientes. En el largo plazo todos estamos muertos". (J. M. Keynes, A Tract on Monetary Reform, 1989 [1923] 3, 1, p. 65). Y lo que es innegable es que el comportamiento de la demanda de dinero en la Gran Depresión y de los últimos cinco años dan la razón a Keynes, sin que tan siquiera se hayan dado cuenta los llamados keynesianos. Pero ¿cómo se van a dar cuenta si demuestran cada día que jamás pusieron la vista encima de un solo libro de Keynes? Porque, si hubieran leído algo, habrían entendido el claro significado de las palabras citadas y, además, podrían haber entendido también que la idea que encierra la cita le dio pie a Keynes para elaborar su teoría de la preferencia por la liquidez. Nunca Keynes se refirió a la trampa de la liquidez, concepto que fue originalmente planteado, no sin cierta ironía criticando a Keynes, por D. H. Robertson (1890-1963).
Pero son los prejuicios y las ideas preconcebidas de los cuantitativistas lo que explica que se aferren al supuesto de constancia de la demanda (pero ¿de Keynes puede haber algo bueno?) y, como mucho, aceptan la caída de la velocidad de circulación. En este sentido hay que referirse a la interpretación que Milton Friedman y Anna Jacobson Schwartz dieron al inicio y a las graves consecuencias de la Gran Depresión en su obra A Monetary History of the United States, 1867-1960 (1963), concretamente en el capítulo 7, titulado "La gran contracción 1929-33". No es arriesgado pensar que Friedman y Schwartz sobrevaloraron los efectos de la contracción de la oferta monetaria, sin considerar el efecto del aumento desmesurado de la demanda de dinero, que suele tener lugar en épocas de especial incertidumbre y falta de confianza, como muy bien explicó Keynes, ahora en la Teoría general (libro IV, capítulos 13 y 15).
Creo que lo que ocurrió en la Gran Depresión y lo que está ocurriendo ahora nos da pie y cierta evidencia para explicar que, tras el estallido de la crisis, la política monetaria es inútil e ineficiente, precisamente por la preferencia por la liquidez, que se traduce en un aumento desmesurado de la demanda de dinero, que explica a su vez que todos los aumentos de la oferta monetaria sean absorbidos con creces por el aumento de la demanda, ya que la gente, debido a la incertidumbre y a la falta de confianza, prefiere liquidez frente a cualquier otro tipo de activos. A esto hay que añadir el que el sistema financiero de Estados Unidos y Europa esté inundado de activos tóxicos, inundación facilitada por los rescates. Lo que explica también que la banca bastante tiene con poner orden en sus balances como para prestar y hacer que fluya el crédito como dicen los políticos de turno.
Pero además, dadas las similitudes de ambas crisis, no se entiende muy bien cómo aplicando la expansión monetaria en cantidades tan desmesuradas, lejos de solucionarse la crisis, sigue causando estragos cada vez más graves.
Victoriano Martín, Catedrático de Historia del Pensamiento Económico, URJC.