Firmas

Los efectos de la superstición del dinero



    Fueron los desmanes y los disparates perpetrados por las instituciones financieras los responsables de la crisis que está asolando desde 2007 a Estados Unidos y Europa. Y, dentro de Europa, especialmente a los países periféricos como España, que se encuentra al borde del abismo sin que se vislumbre la más tenue luz de recuperación.

    La discusión, muy bien orquestada por las instituciones financieras, se ha centrado en última instancia en la asignación de responsabilidades. Las instituciones financieras se están llevando el gato al agua con la inmensa ayuda que les prestan, la superstición existente en torno al dinero, el nefasto concepto de riesgo sistémico y la no menos estimable, aunque increíble, ayuda de algunos creadores de opinión que, para mayor sarcasmo, creen en el mercado y lo defienden como la forma más eficiente de asignación de recursos.

    Pero en el caso de los mercados financieros, no han dudado un solo momento en defender la excepción, sin percatarse del grave problema de riesgo moral -denunciado, dicho sea de paso, de forma diáfana y tajante por uno de los mejores conocedores de la teoría monetaria, Allan Meltzer- que se estaba creando, de cuyos efectos desastrosos materializados en el comportamiento de los bancos tenemos noticias todos los días. A pesar de todo, se sigue culpando al regulador de las pifias y sinvergonzonerías perpetradas por las instituciones financieras -llámense instituciones públicas de gestión de hipotecas, bancos comerciales, banca de negocios, bancos de inversión o cajas de ahorros gestionadas por políticos, sindicalistas o asociaciones de vecinos- cuando, si existe algún ejemplo claro en la doctrina de la captura del regulador, éste es el de la aceptación generalizada de la autorregulación de los mercados financieros. Si quedan dudas, pregúntese a Alan Greenspan.

    Y, encima, somos los contribuyentes quienes tenemos que hacer frente, como ocurre en el caso español, a las fechorías que, por otra parte, se siguen realizando a través de los consejos de administración de las antiguas cajas arruinadas ya antes de la fusión. Pero el sarcasmo es mucho más lacerante cuando, como hemos dicho ya en estas mismas páginas, los tan traídos y llevados mercados e instituciones financieras a lo largo y ancho del mundo se defienden con uñas y dientes de todo tipo de regulación que nos proteja en el futuro de catástrofes como la que se desencadenó en 2007 y que sigue causando estragos. Afortunadamente, cada día son más los especialistas conscientes de que si se hubiera dejado quebrar a los bancos nos hubiéramos evitado al menos el problema de los activos tóxicos.

    Las crisis en el mundo capitalista cumplen una función fundamental, que es limpiar el sistema de las ineficiencias que las provocaron. Pero, desde el inicio de la crisis, tanto en Estados Unidos como en Europa se cometieron dos errores de libro de primer curso de Introducción a la Economía. El primero, esto es, el rescate de las instituciones quebradas, nos ha costado cinco años de recesión y sufrimiento, sin que aparezcan por ninguna parte indicios claros de salida, y ello porque los activos tóxicos, que continúan emboscados en los balances de los bancos tras haber provocado la ruina de multitud de empresas, sembraron las economías de Estados Unidos y Europa de incertidumbre y desconfianza. Ello provocó el que la demanda de dinero se disparara, lo que explica la ineficiencia e inutilidad de la política monetaria expansiva. Esto nos conduce al siguiente error, es decir, la famosa política monetaria expansiva.

    Los bancos centrales, el banco de la Reserva Federal, el Banco de Inglaterra y el Banco Central Europeo, desde 2008 han lanzado dinero a mansalva a las respectivas economías sin que hasta el momento se haya notado el más mínimo efecto beneficioso. Pero no pasará mucho tiempo sin que aparezcan los efectos más perversos de tales políticas: la llegada de la inflación sin que las economías hayan logrado crear puestos de trabajo para el enorme ejército de reserva de parados.

    Es evidente que no hemos aprendido nada. España, cuyo Gobierno se ve negro para financiar su deuda soberana producto del despilfarro y del gasto excesivo, tiene que cargar ahora en sus espaldas exhaustas la friolera de al menos 50.000 millones de euros para rescatar o sanear una serie de cajas y bancos quebrados sobre los cuales el sentido común y la lógica del mercado nos dice que debieran dejarse quebrar. ¿Recuerdan lo que pasó en Islandia y cómo les van las cosas a los islandeses ahora? Lo voy a recordar muy sintéticamente. Islandia fue arruinada por sus dirigentes políticos y por las golferías de sus banqueros. Pues bien, dejaron quebrar los bancos y llevaron ante los tribunales al presidente del país y a los banqueros de estos últimos -los que huyeron están en busca y captura para que den cuenta de sus fechorías-. La realidad es que Islandia es de los pocos países que han encontrado de nuevo la senda de la recuperación y el crecimiento.

    Para terminar, la coartada de la garantía de depósitos no se tiene en pie. Eso es algo que tienen que negociar los depositantes, los bancos y las compañías de seguros, y no los contribuyentes.

    Victoriano Martín, catedrático de Historia del Pensamiento Económico. Universidad Rey Juan Carlos.