Firmas

Después de la angustia vuelve la esperanza

    El presidente del BCE, el italiano Mario Draghi.


    En una Europa cada vez más burocrática y menos política, predomina la ensoñación de los Gobiernos de varios Estados de la Unión, víctimas de una ideología (¿calvinista?) en la que ellos hacen de amos, sea cual sea el posterior coste social, el balance de cuentas del Estado, los recortes indiscriminados del gasto público y de la deuda, además de una marcada orientación deflacionista y recesiva. Pero todo ello, hasta ahora, ha provocado sólo ventajas y enriquecimiento a los especuladores y a los bancos.

    Hasta la fecha, el BCE ha llevado a cabo en muchas ocasiones políticas monetarias ambiguas, obnubilado por su supuesta única función antiinflacionista y por el moralismo alemán que, como ha escrito Paul Krugman, ha enfocado el problema del siguiente modo: "Las naciones están en crisis porque han pecado y, por tanto, deben redimirse mediante el sufrimiento".

    El hecho de haber abandonado a Grecia al principio, cuando habría sido fácil salvarla, ha provocado un empeoramiento sistemático en otros países, en última instancia España e Italia, reducidos a una política de austeridad en medio de una recesión tan grave que ha puesto en peligro en varias ocasiones la propia existencia del euro. Las políticas impuestas a los Gobiernos, cuyo rastro se observa en las muchas reformas que ya se han aprobado en Italia -sobre todo en el nuevo artículo 81 de la Constitución-, no han servido de ayuda ahora, ni lo harán en el futuro, para solucionar la grave situación del desempleo y el resto de problemas serios de Italia, que se agravan constantemente.

    Sin embargo, la bestia tecnocrática europea es una novedad histórica sin precedentes, tan pasmosa que probablemente haría removerse en su tumba al gran Thomas Hobbes. Una soberanía burocrática, sin Estado, que induce a la obediencia a los ciudadanos europeos, siempre las víctimas de una angustia intolerable, tal y como destacaba el domingo una encuesta en el diario Le Monde y que llega a la conclusión de que el modelo público o privado de protección contra el desempleo y la precariedad "está a punto de vivir sus últimos instantes y después sólo habrá caos". Esos mismos ciudadanos a los que les resulta imposible ejercer sus derechos de libertad política y de elección, ya sea directamente o mediante esas sociedades intermediarias que Tocqueville consideraba los instrumentos fundamentales de la democracia, que ahora se ven obligadas a guardar silencio frente a instituciones cada vez más arrogantes y ofensivas, y a la vez serviles y obedientes a los mercados, que son los verdaderos dueños de los Estados.

    Ahora bien, en una Europa presa del pánico y con rumbo al desastre, sin garantías de la liquidez necesaria para resolver los problemas del euro, del diferencial de deuda, de una especulación financiera ante la que hasta ahora se ha hecho la vista gorda y de sus reverenciados sacerdotes, por fin ha llegado una primera y fuerte reacción que nos devuelve a la vigilia. De la propia bestia burocrática en defensa del euro y para cortarle las alas a la especulación, surgieron el jueves pasado las declaraciones de Mario Draghi, que ha afirmado que el BCE "está dispuesto a todo, dentro de sus funciones, para salvar el euro". Este pronunciamiento riguroso ha suavizado de inmediato el diferencial de deuda y ha dado aliento a las bolsas. El primer paso que puede darse para sanear Europa, antes de poder llevar a cabo la unidad política, tal y como he señalado varias veces, sólo puede provenir del BCE, cuyos poderes deben ampliarse, así como los diversos instrumentos de política monetaria, como el fondo de rescate para Estados FEEF. El día anterior a las declaraciones de Mario Draghi, Roberto Napoletano advertía de manera acertada en un artículo extenso publicado en Il Sole, que el BCE tenía legitimidad para intervenir de inmediato "para evitar los riesgos horribles de la deflación vinculados al cataclismo del euro e impedir que entremos en una espiral recesiva". No por casualidad, Mario Draghi añadió: "Los diferenciales de deuda soberana vuelven a entrar en nuestras competencias en la medida en que bloquean el funcionamiento de los canales de transmisión de la política monetaria". Merkel y Hollande han apoyado estas declaraciones, aunque con algunas voces internas de desacuerdo. Contra la ineptitud de las políticas interestatales europeas, parece que únicamente el BCE, con la autoridad de su presidente, está a la altura para salvar Europa y a su civilización. Contra la angustia, el miedo y el estado de excepción que lo justifica todo, quizás se esté abriendo una rendija de esperanza racional.

    Guido Rossi, presidente del Consob (órgano regulador del mercado de valores italiano) en 1981-1982.

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